sábado, 3 de septiembre de 2011

18º TRAIDOR

Moreno tenía la cabeza entre sus manos, el dolor que sentía en su pecho solo tenía comparación cuando recordaba a Elizabeth. La sangre de su amigo aún podía olerse en el aire, más que la culpa. El día transcurría lentamente, los hombres preparaban las armas, la comida y los animales, harían una incursión sanguinaria, porque tenían la convicción que arrasarían con la aldea, que urdió tal traición, no dejarían a nadie con vida. Esto le remordía la conciencia, por más que fuera el jefe no podía ir en contra de los guerreros y menos contra su aldea. Sabía que no podría volver a ser el mismo a partir de eso. Al anochecer emprendieron el viaje, tardarían varios días en llegar. Tendría todo ese tiempo para pedir perdón por dejar a sus hombres hacer, lo que él no quería ni pensar.
Se veían las luces de las hogueras alrededor de la aldea, todos desenvainaron sus sables en una mano y en la otra una pequeña daga, la usarían para degollar, era tan filosa que la llevaban en doble funda y siempre la sacaban con cuidado, porque el corte sería hasta el hueso.
Se acercaron sigilosamente, sus caras y manos tiznadas con carbón, sus ropajes negros para confundirse en las sombras. Uno a uno, fueron cayendo los centinelas, al quedar sin defensa que alerten su presencia, se acercaron a las tiendas. La daga rasgaba la tela y entraban para realizar su venganza sobre los que aún dormían, la sangre bañaba el suelo, las botas embarradas de sangre y arena iban dejando huellas por toda la aldea. Llegó el amanecer sin que nadie presentara lucha, guerreros, hombres, mujeres y niños fueron masacrados esa noche. Dejaron una sola tienda sin entrar. Y así como llegaron, se fueron en silencio por donde vinieron.
Al amanecer el jefe de la aldea se despierta, algo raro lo despertó de su sueño de oro y agua, se incorporó y se puso a escuchar. El silencio lo despertó.
Al salir de la tienda no vio a nadie en sus quehaceres cotidianos, ni a los niños jugar, el capitán de sus hombres no lo despertó para darle las novedades de la mañana.
Lo que sintió fue el olor, el olor característico e inconfundible de la sangre, ese olor dulzón, pegajoso.
Se acercó a la tienda más cerca y entró, el horror se pintó en su rostro, la palidez llegó rápidamente al ir comprobando tienda por tienda.
Se sentó al lado de una hoguera apagada pero aún humeante. Se tomó la cabeza entre las manos igual como hizo Moreno tres días atrás. Entre lágrimas sacó un cuchillo de entre sus ropas y de un solo golpe se lo clavó en el estómago, con tal fuerza que la punta se clavo contra la espina dorsal. Mientras moría desangrado lentamente, recordó las palabras de Moreno tiempo lejano atrás, “serás mi amigo eternamente, hasta que uno de los dos decida interponerse en el camino del otro, y entonces ese traidor tendrá la visita de la muerte”.

viernes, 10 de junio de 2011

17º LAGRIMAS AMARGAS

La sombra refrescaba a Moreno, el día en el desierto es largo y caluroso, las actividades más laboriosas se realizan en el atardecer, por las noches la gente se reúne alrededor del fuego para escuchar las historias que los viejos contaban. Historias basadas en realidades y mitos, donde se volvían a vivir las batallas ganadas y perdidas en el pasado. Lo que no sabía ese muchacho, es que se convertiría en leyenda y sus batallas serían narradas una y otra vez durante siglos.Como siempre que tenía tiempo, afilaba su gumía con una piedra que le regaló su gran amigo Khalîl con el que compartía casi todas las incursiones exploratorias. Confiaba ciegamente su vida a él, años atrás se convirtieron en hermanos de sangre, al mezclar su sangre luego de una batalla, creando así un pacto que duraría hasta la muerte de uno de los dos.El capitán volvió con el grupo de exploradores, cansados y sedientos, antes de saciar la sed dio la orden para que den forraje y agua los caballos. Luego se sentó al lado de su jefe a tomar y compartir su agua. Las sombras se alargaban y los hombres encendieron sus fuegos. Moreno podía intuir que el aguerrido capitán tenía preocupaciones, se le notaba en el semblante, sus ojos iban y venían, como buscando respuestas a las preguntas que se hacía internamente. -Bajo el cielo del desierto se viven obscuros sueños, -le dice Moreno, mientras seguía afilando su terrible daga con mucha tranquilidad.El hombre palideció al oír esas palabras, que por suerte su jefe no pudo ver al encontrarse ensimismado en sus pensamientos y el afilado de su cuchillo curvo. El salir de patrulla había sido una excusa para encontrarse a escondidas por la noche con un enviado de una tribu enemiga, pero bastante lejana, o eso creía hasta ese momento. Bien entrada la noche, lejos de sus hombres dormidos y perdidos entre las dunas, se encontraron los dos. -Saludos mi querido capitán –susurra el intrigante haciendo una reverencia digna de un enviado real. -¿A que me traes aquí, sabiendo que corro peligro de muerte por parte de mis hombres si me ven contigo? –le dice con el ceño fruncido y con la mano sobre el mango de su espada. -Noticias que pueden salvar tu vida y quizá convertirte en jefe y dueño del oasis, -susurra nuevamene-, como para que las palabras causen el efecto esperado. De vuelta junto con sus hombres que dormían sin haberse percatado de su salida, pensaba las acciones que debería tomar. Los hechos no los podía cambiar ni el futuro, el hombre que enviaron era por demás elocuente y sabía remarcar las palabras, que luego quedaron dando vueltas en su mente. Muerte y esclavitud fueron las palabras que mas resonaron, también la frase: “triplicamos la cantidad de guerreros que tienen uds. Eso fue lo que lo decidió. Un escalosfrío recorrió su espalda, se tapó con la manta y trató de dormir, los próximos días serían de mucha presión. En realidad la vergüenza le carcomía el corazón y estaba entre la espada y la pared. Era él y su familia o el liderazgo de la tribu. El amanecer le sorprendió despierto, se limpió la cara para que los hombres no vieran las lágrimas amargas que derramó durante la noche.

lunes, 6 de junio de 2011

16º DAGA

Se olía la traición en el aire, Moreno daba vueltas agarrándose la cabeza con las manos por la desesperación, no podía tomar otra decisión que no fuera la muerte. Pero el era su hermano de batalla, su capitán, su amigo.
Por la cara del viejo corrían gruesas lagrimas al recordar ese día, pasaron muchísimos años, pero el calor y el dolor de ese día no se borrarían jamás de su mente ni la sangre de sus manos. Mientras sollozaba por el recuerdo un pez mordió el anzuelo de su caña, se enjugo las lágrimas y se levantó para la pesada tarea de luchar con el pez hasta sacarlo del agua.
Puso cara de piedra para que sus hombres y la gente del oasis no vieran su dolor y salió de la tienda. Afuera lo esperaban tres hombres que lo escoltaron hasta el traidor, lo custodiaban hasta estar seguros que nadie más intentaría asesinar a su jefe.
El hombre sangraba por muchos lados, la sangre que escurría por sus pies indicaban que le cortaron el tendón de Aquiles, así no podría escapar. Arrodillado gemía de dolor, a pesar de su fiereza, los hombres del León sabían como infringir dolor, hasta el más aguerrido y valiente hombre gritaría. Un pequeño fuego ardía cerca de ellos y varios hierros se calentaban entre sus brasas. El espectáculo no sería digno, pero necesario. Tenían que saber quien podría haber tentado a la traición al hombre que más confianza tenía Moreno en el desierto. La única forma que hable sería bajo tortura, de esto no se enorgullecían su gente pero si de sus técnicas aprendidas y mejoradas con el paso del tiempo.
Perdóname Khalîl por lo que deberé hacer le dice su jefe y con un gesto indica el fuego, los hierros al rojo vivo descansaban esperando la oportunidad de quemar carne. El torturador tomo uno de los hierros y comenzó pacientemente a clavarlo en la espalda mientras los alaridos inundaban el aire, cuando se desmayaba esperaba que se despertara mientras calentaba los hierros en la fogata.
Moreno sufría la tortura, casi podía sentir los hierros en su propia piel, rogaba que confesara pronto quien le pagó para asesinarlo, así pondría fin a su dolor. Pero el hombre no hablaba, quería demostrar que se merecía la tortura por la cobardía de la traición, el mismo se castigaba.
Pasaron las horas, en la noche el verdugo cansado le hace una seña negativa con la cabeza, Moreno sabe que su capitán no confesará quien fue el instigador. Se acerca al condenado a muerte, le mira con cariño a los ojos y se despide acariciando su cabeza fraternalmente, en ese momento la daga penetró profundamente hasta llegar a su corazón, sostuvieron la mirada hasta que el último suspiro abandonó su cuerpo. Sus manos quedaron manchadas con la sangre de su amigo.
Khalîl fue descuartizado y colgado de las palmeras en los alrededores del oasis, para que todos puedan ver como se paga la traición.
El viejo limpiaba el enorme pescado, sus manos estaban llenas de sangre y tripas del pez. Cansado se incorpora para descansar la espalda y se da cuenta con la que lo estaba desollándolo, la tristeza le invadió y con todas sus fuerzas arrojó la vieja daga al mar y se fue hacia su choza dejando el pescado para comida de las gaviotas.
Las lágrimas caían en la arena dejando un sendero de dolor a su paso.

lunes, 30 de mayo de 2011

15º ARENAS

Moreno miraba el horizonte, a lo lejos se veía una nube de arena. Pasó un tiempo hasta que pudo ver el grupo de guerreros, el sol refulgía en sus armas. El brillo de las espadas desenvainadas era hermoso, por un momento quedó obnubilado por esa visión.
El viejo limpiaba unos pulpos que había pescado entre las rocas mientras recordaba aquella batalla. Hacía varios días que no podía salir a pescar por la tormenta, pero apenas amainó salió a la playa en busca de comida, en el trayecto por la arena encontraba los restos que dejó el mar embravecido. Cajas y pedazos de redes de los barcos, pensó que a la vuelta tendría tiempo de buscar algo que le sirviera para su choza.
Caracoles, ostras y maderas desparramados por todos lados, pero algo unos metros delante de el le llamó la atención, era una caracola enorme e intacta, la tomó entre sus manos viejas y cansadas. Era perfecta, un color nacarado y rosáceo por dentro que lo maravillo. Se llevó la caracola al oído y pudo disfrutar el sonido del mar. Años atrás un pescador le contó el porque de este fenómeno. Le dijo que antiguamente el hombre vivía en el mar, luego evolucionó y salió del mar para poder usar las piernas. Pero que tiempo después el hombre extrañaba tanto el mar que se sentaba en la arena a mirar las olas durante horas. El mar se apiadó de él y le regaló las caracolas, para que estando lejos de lo que más amaba pudiera oír le ruido del océano en la caracola. Y por eso hoy, se podía encontrar al hombre feliz escuchando ese ruido tranquilizador en cualquier lugar que estuviera. Guardó el tesoro encontrado en su bolso de pesca y siguió recorriendo la playa hasta llegar a las rocas en donde seguramente encontraría el manjar tan deseado.
Los hombres esperaban en silencio que su jefe les diera la orden de atacar, éste miraba impasible el grupo que cada vez se acercaba más a ellos. Tenían el sol de frente y esto les hacía imposible calcular la cantidad exacta de los enemigos que iba a su encuentro. Moreno buscaba una estrategia en su mente, pero nada se le ocurría, sus hombres impacientes ya, tenían sus manos en los sables listos para pelear por sus familias y el oasis.
Recordó que días atrás cerca de donde estaban habían encontrado arenas movedizas, entonces con una idea en su mente les gritó unas indicaciones a los hombres y emprendieron la huída.
El grupo atacante gritó de júbilo al ver huir cobardemente a “el león” y sus hombres, tal fue la indignación de verlos escapar que los persiguieron ciegamente.
Esto es lo que esperaba Moreno, enfilaron ahcia las traicionera arenas tratando de levantar una gran nube de polvo detrás de ellos. Al llegar al sitio pasaron divididos por los costados, luego siguieron unos metros y desmontaron de sus caballos esperando la embestida del enemigo.
Los primero jinetes con sus alfanjes en las mano y las riendas en la otra, cayeron de sus caballos al enterrarse de súbito en la arena por el ímpetu de la carrera. Las caras de sorpresas lo dijeron todo, no pudieron ni gritar avisando al resto, ni para pedir auxilio, más de diez cayeron en la trampa de arena, el resto se dio cuenta de lo que sucedía y eludieron el terreno movedizo. Un tercio del grupo quedó enterrado allí. Sonriendo Moreno desenvainó su espada y comenzó a luchar.
El viejo con su bolsa cargada de pulpos emprendió el regreso para preparar la comida, cada tanto se llevaba la caracola al oído y sonreía de placer.

viernes, 20 de mayo de 2011

14º SEDIENTOS

Moreno afilaba su espada como todos los días, era una ceremonia en la cual solo le quitaba las melladuras, no limpiaba la sangre de la hoja, luego de un tiempo el acero tomaba un color casi rojizo, esto identificaba a los guerreros de los que aún no habían derramado sangre del enemigo. Mientras estaba haciendo esta tarea un grupo de hombres se acercan a él. Tenían una petición, deseaban hacer una incursión a territorio enemigo, estaban sedientos de sangre. Los ojos casi desorbitados por la excitación de su capitán se encontraron con la mirada serena y entretenida de Moreno que seguía afilando su gran espada sin inmutarse ante ese extraño pedido.
La paciencia de los hombres se estaba acabando, las manos en los pomos de sus alfanjes y los dedos en los gatillos de los fusiles se movían nerviosamente. Un gruñido bajo y descarado enfocado a la pasividad de su jefe hubiera sido motivo suficiente para que Moreno mandara cortar varias manos por la insolencia. Pero no hacía nada, ni siquiera los miraba, seguía en su afilado con mucha parsimonia, podría decirse que lo hacía a propósito. Como si los estuviera probando ante la sed de muerte, sangre y arena de sus valientes. Largos minutos pasaron, interminables y eso que en el desierto no existe el tiempo, se cuenta por noches y lunas en realidad. Pero para ellos esa espera nerviosa significó la eternidad. Nadie se atrevió a decir palabra, solo se quedaron ante él, pero ahora con miedo, esa paciencia significaba que el desenlace era inminente. Comenzaron a sudar, más de lo normal en realidad, se miraban buscándose entre ellos quien sería el que pagaría la grosería de presentarse así ante el León. Las manos dejaron de lado las empuñaduras, y los fusiles descansaron apoyados en la arena. Las caras se fueron relajando y dejaron de buscar el castigo en su mente. De a poco comenzaron a sonreír, casi como una mueca, pero fue creciendo hasta convertirse en una risa, pero no una risa histérica, era de alivio. Moreno dejó su espada, enderezó el cuerpo dolorido por la posición en cuclillas y los miró detenidamente uno por uno.
Las risas se fueron apagando dejando una calma en sus corazones y mentes, se les acercó con el alfanje en la mano y le fue tocando el hombro a cada uno en señal de amistad. Ahora, con alegría en el pecho podemos partir en busca de sangre, fue lo único que les dijo.
Y así partieron todos a caballo, en silencio con los corazones rebosantes de dicha. De ese día en más entraron en infinidad de batallas y no necesitaron nunca más de la furia o el coraje para luchar.

domingo, 8 de mayo de 2011

13º VALIENTE

Por su brazo corría la sangre como si fuera sudor, su alfanje mellado por los huesos de los enemigos no daba clemencia, solo ofrecía su duro acero como una extensión del brazo de su amo. Se vio rodeado por tres guerreros y se encontraba solo, sus hombres peleaban cada uno con dos o tres oponentes, si pedía ayuda sus hombres serían capaces de morir por intentar protegerlo. Y no podía darse el lujo de perder más hombres, la sangre de sus valientes regaban la arena como si fuera una ofrenda al desierto. Siempre que volvían a las tienda su mirada se volvía distante al ver las familias que quedaban sin su marido o padre. Pero esto pesaba poco en su conciencia, era la ley del desierto la que imponía tales sacrificios. Era imposible pensar que al salir del oasis volverían todos sanos y salvos. Pero ellos tenían familias que sufrirían y el no. Por eso era siempre el primero en atacar y siempre intentaba proteger a sus hombres en cada lucha.
Pero esta lucha era desigual, un tajo importante lo estaba desangrando a morir, si no terminaba rápido la contienda y atendía su herida, moriría en minutos. En ese instante tuvo la solución, con una pose de arrogancia y apoyándose en su espada, los miro y les preguntó quien sería el primer valiente que lucharía con él. Los tres hombres se miraron entre ellos sin saber quién sería el que daría el primer golpe. El más bajo le hizo una reverencia y comenzó la lucha, en tres golpes yacía muerto en un charco de sangre por el alfanje que le atravesó el cuello. Volvió a su postura de indiferencia y les dijo que les perdonaba la vida si dejaban sus armas. Solo uno lo hizo, el otro con los ojos llenos de odio escupió al suelo demostrando el desprecio que le tenía. Esa fue su perdición, Moreno instaba a sus guerreros a luchar sin emociones, que solo pensaran en sus familias, cada golpe de sus espadas los acercaba más a ellos. Golpeando ciegamente por la furia el hombre en pocos minutos estaba agotado, casi sin fuerzas para levantar su arma y sudando a mares.
Luego de un momento se arrodillo y tiró su espada lejos, en prueba de rendición. Moreno de una sola estocada atravesó el corazón del hombre y mirando al otro le dice que solo fue porque le dio la oportunidad de vivir y no la acepto. A todo esto los demás observaban la escena mientras revisaban a los caídos buscando pertenencias de valor. Dejen el resto a los buitres les dice su jefe, pero que este valiente encuentre su caballo con suficiente agua para regresar a su aldea. Diles a los tuyos que Asad el león del desierto es justo con los justos y cruel con los injustos y que siempre estará esperando la oportunidad para llenar su espada de sangre enemiga. Y sin más palabras deja ir al último guerrero en su caballo, esperó hasta que éste desapareciera de su vista para dejarse caer en la arena pidiendo ayuda a sus guerreros. La herida fue curada y partieron hacia sus familias, cargando con los muertos, porque ningún valiente sería pasto de los carroñeros.

lunes, 18 de abril de 2011

12º SUEÑOS

Moreno tenía la cara enterrada en sus manos, las lágrimas se escapaban abundantemente, como si quisiera regar toda la arena de la playa con ella. Se sentía tan solo y abatido, la edad cada día le pesaba más, hacía décadas que había vuelto con la esperanza de encontrar a Elizabeth, pero la desazón de no saber nunca más de ella, le melló el corazón. Ese corazón aguerrido que supo amar a su pueblo perdido en la inmensidad del desierto, un corazón henchido por el amor de la gente. Pero necesitaba más, necesitaba el amor de un hijo, lo cual no pudo tener, en las tiendas las mujeres discutían con cual de ellas se quedaría “el león”, pero lo que no sabían de él, era que no necesitaba una mujer, el solo amaba a una mujer y era Elizabeth. En su pecho no había lugar para otro nombre y tampoco lugar en su cama. Y las mujeres lo respetaron y adoraron por ser hombre de una sola mujer, pensaban que era un santo guerrero. Aunque habían pasado años de su despedida, el seguí soñando, aferrándose a la idea que ella siempre estaría esperándolo, pensando que la decisión que tomó era parte del destino que compartían y que compartirían mas allá de todo.
Las lágrimas no cesaban, su corazón estaba partido en mil pedazos, se culpaba de haber partido hacia la aventura, se debería haber quedado con ella, vivir la vida y tener hijos con ella. Ahora era tan claro, la vejez permitía mirar hacia atrás y evaluar todas las partidas ganadas y todas las derrotas asumidas. Pero todo era desolador, sospechaba hace mucho tiempo que Elizabeth ya no existía más que en sus recuerdos, era algo que sentía en su pecho, una congoja que se quedaba mucho tiempo con él.
Recordó una y otra vez los pocos momentos vividos con ella y pedía perdón en silencio por no haber sido lo que ella quería, por haber buscado otra vida, una vida de aventuras para convertirse en hombre, seguir un sueño creyendo que otros sueños esperarían por él. La cruda realidad en sus setenta años le decía que ya le quedaba poco tiempo en la vida y que esos momentos los viviría amargado y triste, soñando por lo que no fue ni será en vida.
A veces tenía sueños por las noches y cuando dormitaba en el atardecer a la sombra del faro, sueños de un bosque y una mujer envuelta con un vestido blanco que parecía flotar alrededor de ella, la mujer le sonreía y señalaba con su mano hacia el bosque, un sendero marcado por piedras en sus costados. Se oían ladridos a lo lejos a lo cual la mujer le decía que aún no era tiempo de buscarlo, pero que pronto sería el encuentro. Y riéndose desaparecía despidiéndose a lo lejos con el brazo levantado. Se despertaba agitado por el sueño, pero sin miedo, solo intrigado que siempre soñaba lo mismo y se preguntaba quien sería esa mujer que parecía un hada. El saludo de despedida de ella le resultaba conocido, pero estuvo en tantos puertos y vio tantos brazos agitándose despidiendo a los que partían que le parecía normal reconocer el saludo.
El llanto iba menguando, la tarde iba muriendo junto con el corazón del viejo, la pipa apagada hace rato a un costado en la arena sucia de algas. Los ojos derrotados de Moreno miraron el horizonte una vez más, como si esperara que un barco volviera a buscarlo para sacarlo de la soledad, para volverlo a la vida.
Un suspiro, una sacudida enérgica a su pipa para limpiarla de la arena y con lentitud emprende la vuelta a su choza.

sábado, 19 de marzo de 2011

11º COMETA

El dolor de cabeza era atroz, imposibilitaba realmente todo movimiento con el cuerpo. Las continuas nauseas y el mareo hacían insoportable el vaivén de su montura. Ya con el estómago vacío con tanto vómito y deshidratado comienza a vislumbrar la derrota. Era inútil seguir adelante perdiendo fuerzas contra el calor y la falta de líquidos. Así que decide hacer un alto y levantar una minúscula tienda para esperar el desenlace con un poco de sombra fresca aunque sea, para partir con la mente despejada. Su caballo completamente agotado se deja caer sobre la arena y apenas unos resoplidos por lo bajo podía hacer del cansancio mientras moría por la sed.
La fiebre iba y venía, en los momentos que el ardor disminuía aprovechaba para recorrer los alrededores de la tienda improvisada para buscar algún indicio de agua, alimento o poblado. La infección generalizada no podía pararla, no era solo un corte de su última batalla, eran muchos tajos imposibles de curarlos todos. Pero igualmente preparó un fuego y calentando una vez más su daga al rojo vivo cauterizó nuevamente sus heridas, se desmayo varias veces, entre el olor a carne quemada se sentía el olor dulzón fuerte de la putrefacción, se acercaba el fin, lo sabía y se recostó a soñar con los ojos abiertos, una playa y el romper de las olas en una escollera le hacían sonreír, veía a Elizabeth correr hacia él y arrojarse en sus brazos para caerse en la arena los dos riendo y sabiendo que no habría momento más perfecto que ese, se miraban a los ojos mucho tiempo, guardando en sus mentes cada detalle ínfimo del rostro del otro. Ella le decía que jamás sería tan feliz como ese día, el grababa en su mente el rostro suave y feliz de Elizabeth y pensaba en la forma de decirle que emprendería un viaje en poco tiempo. Las lagrimas comenzaron a caer, una a una se fueron juntando en su cara y siguieron su camino hasta el cuello donde quedaron sobre un amuleto que hacía poco una vieja de una aldea le regaló para que esté protegido. El solamente se rió y se colgó el amuleto sobre su pecho, era una serpiente que se mordía la cola, el símbolo del infinito.
Se despertó cuando ya anochecía, la fiebre le hacía delirar y perdía la noción del tiempo, no sabía cuanto tiempo pasó descansando en la tienda, horas, días o semanas.
Miró el cielo estrellado, un cometa famoso estaba surcando los cielos en ese tiempo, maravillado se levantó para poder verlo mejor, del otro lado del mundo en ese momento Elizabeth recibía una visita que le dejaría un amuleto para su protección.
Las luces de una caravana se reflejaban en la noche, de no haberse incorporado no las habría visto, a los tropezones se dirigió hacia ellos para pedir ayuda mientras acariciaba su amuleto lleno de lágrimas.
A lo lejos un perro negro lo observaba atentamente.

sábado, 5 de marzo de 2011

10º INFIEL

Empuñó la espada con firmeza, tomó la responsabilidad en sus manos ya que él seguía siendo un extranjero a pesar de ser el jefe de la tribu y no quería que el castigo que debía imponer lo hiciera un hombre de la aldea, para ellos lo más odiado después de robar era la infidelidad. Con un suspiro llevó la espada hacia atrás y con un golpe de costado con todas sus fuerzas cercenó el cuello separando la cabeza de su cuerpo. El silencio era pesado, aterrador, pegajoso. Durante un minuto miró el rostro hermoso bañado en sangre de Karima (su nombre significaba mujer generosa en el Islam) el pelo castaño pastoso de sangre marcaba aún más los rulos largos, casi perfectos. Se hizo justicia, dicho esto la gente se retiró a sus quehaceres nuevamente como si no hubiera pasado nada. Tomando con suavidad la cabeza y limpiando la arena pegada por la sangre en la cara le hace una señal a uno de sus hombres, éste corta una cuerda atada a una palmera y un cuerpo cae pesadamente de las alturas. La mujer tuvo mejor suerte, su muerte fue rápida, casi indolora, solo un segundo de dolor, quizá menos y luego la eternidad. El hombre en cambio, probó los placeres de la tortura antes de que le pusieran la soga al cuello y lo levantaran para que tenga una muerte lenta y dolorosa por asfixia. Así era la venganza del hombre del desierto cuando le era robado su más preciado tesoro, la mujer.
Karima fue desmembrada y arrojada entre las dunas para que los chacales dieran cuenta de los restos sin más ceremonias que la de la lucha por los huesos.
El hombre fue empalado en la entrada de la aldea para mostrar a los viajeros lo que les esperaba si intentaban tomar ventaja de alguna mujer casada.
Moreno se internó en el desierto cuando el sol caía por el horizonte y se sentó en una duna a descansar, recordaba cuando Karima le salvó la vida, pero esa es otra historia.

martes, 22 de febrero de 2011

9º EL REY

El cielo rojo marcaba el fin del día, sediento y deseoso de llegar a las tiendas Moreno apura el andar de su caballo cansado, hacía ya diez días había partido de la aldea en busca de otro oasis. El pozo cada vez más seco y eso comenzaba a inquietar a su gente. A lo lejos ve una palmera de dátiles, sabiendo que solo crecen cerca de la humedad enfila hacia ese lugar. No escuchó el disparo pero alcanzó a divisar el fogonazo enfrente de él. Se agacho sobre la montura, pero sintió como el plomo mordía su carne, su brazo izquierdo quedo como muerto y la sangre comenzó a brotar de su hombro. Solo atinó a tomar su daga con la mano derecha antes de caer sobre la arena desmayado por el dolor.
La luz volvió a sus ojos poco a poco, pero su mente aletargada por la fiebre no podía dilucidar en donde estaba ni siquiera que día era. Repetía el nombre Elizabeth una y otra vez, mientras pedía agua. Pronto sus labios probaron un líquido tibio y picante, un té fuerte y espeso calmó el suplicio. Con la mente más fresca comenzó a recorrer el lugar con la mirada, grabando cada detalle de lo que veía, quizá así pudiera reconocer a su enemigo. Un anciano se acercó a mirar su herida mientras un muchacho joven de no más de quince años montaba guardia en la entrada de la tienda con un enorme sable que tenía incrustaciones de oro y rubí.
Lo saludó con la alegría de todo paciente que se siente atendido y le agradeció que lo haya salvado, evidentemente el joven hacía guardia cuidándolos a ellos. El anciano se presentó como un viajante que se dirigía a un pueblo a varios días de distancias para comercializar con especias cuando escuchó el disparo y fue en su ayuda, ahora era su invitado y nadie podría lastimarlo mientras estuviera bajo su tienda, esa era la ley del desierto. Cumplido este protocolo le ofrece otra tasa de té caliente. Pasaron los días, pasaron las noches y de a poco se fue recuperando, solo pensaba quien sería el que le disparó y el porque de eso.
Cuando ya pudo levantarse y pasaron las fiebres comenzó a ejercitar su hombro dolorido, otra cicatriz más en su cuerpo para sumar a las decenas de tajos que tenía por toda su piel. Estaba en sus ejercicios cuando el muchacho llega corriendo y les avisa que un grupo de jinetes se acercaba a su tienda. El viejo pensó un momento y solo le dijo a Moreno, es momento de que partan, le ofrece su antebrazo en señal de hermandad y abraza a su nieto fuertemente para encaminarse hacia el grupo de guerreros que se acercaban raudamente. Alcanzaron a tomar sus armas, aprontar los caballos y un poco de comida para poder irse a galope en dirección contraria a esa horda asesina. Desde lejos vieron como atacaron al pobre anciano sin dejarle defenderse siquiera, la furia de Moreno no tenía comparación con ninguna otra situación, sus ojos miraban empequeñecidos por la ira y el odio absoluto, estuvo a punto de ir en pos de los asesinos cuando recapacito al ver la cara de sufrimiento del muchacho a su lado, debía velar por el chico, así como ellos lo hicieron por él.
Retomaron otra vez su camino mientras los hombres se regocijaban revolviendo la tienda, hasta que los vieron y empezó la persecución. Fueron dos días interminables de miedo, galopaban de día y descansaban de noche, los caballos estaban casi reventados por la huída, no soportarían otro día más, encomendándose a su dios, el muchacho se despidió de Moreno, pensando que partirían al otro mundo en pocas horas. Cuatro horas después los caballos murieron de cansancio, caminando y corriendo seguían con su escapatoria, estaban apunto de enterrarse en la arena para esconderse de los perseguidores cuando alcanzan a divisar a lo lejos el pueblo al que deberían haber llegado de no ser por el infortunio de Moreno. El muchacho saca un cuerno de su bolsa y tomando aire profundamente sopla sacando de este un sonido gutural y agudo al mismo tiempo. Media hora después un grupo de hombres armados hasta los dientes van a su encuentro.
Los hombres desmontaron todos al mismo tiempo y se abalanzaron sobre el joven, al grito de “dadle agua, protegedlo”, “es el rey”, Moreno quedó atónito. Los llevaron dentro de la ciudad, lo cual había creído era un poblado, resultó ser una ciudad de más de medio millón de habitantes. No salía de su asombro, mientras saciaban la sed y comían como animales por el hambre, Moreno miraba atentamente a los guardias que custodiaban al joven rey. Este con su abuelo, acostumbraban a salir al desierto para templar su cuerpo y fortalecer su espíritu, un rey que no conoce su tierra ni a la gente que vive en él, no merece ser rey, así decía el anciano. El muchacho al darse cuenta de la mirada de Moreno, le dice con una sonrisa, tienes mi permiso para llevarte los hombres que quieras, no quiero venganza, quiero justicia. Moreno solo le contesta que él, era la justicia en el desierto, luego de pensar un momento, le da la razón y con un gesto hacia sus guardias les indica, ellos darían la vida por mí y ahora juraran que cuidarán la tuya como si fuera el mismo rey en persona, los hombres se inclinaron frente a Moreno esperando sus palabras. Moreno les manda que se levanten, si hemos de morir que sea como hermanos les dice, y uno por uno mira sus rostros, es la hora de demostrar que la justicia en el desierto solo es de los justos. Dicho esto, se da vuelta y sin una palabra parte en busca del honor. Pero esta historia, quizá la cuente en otra ocasión.

viernes, 11 de febrero de 2011

8º LATIGO


Hacía rato que la pipa no echaba humo, tan entretenido estaba que se olvido de fumar. Entre las piedras luego que la marea se retiraba encontraba los pulpos más deliciosos que se podían conseguir por aquellos lares. Se regocijaba con solo pensar en la rica cena que tendría esa noche en su casa de la playa, le gustaba cocinar afuera en la arena y tenía dispuesta siempre su parrilla, no fuera cuestión de perderse la ocasión de cocinar bajo las estrellas y con el sonido del mar de fondo. Con su gancho también fue pescando peces desprevenidos que quedaron atrapados entre las piedras, se sonreía pensando en los manjares que tendría por varios días, en estos pensamientos estaba cuando no vio el erizo de mar delante de el hasta que lo piso. Se había acostumbrado a andar sin calzado para no patinar en las piedras, por esto fue que sintió en todo su cuerpo y en cada uno de sus nervios el aguijón certero que le quemó hasta la última sensación de placer que tenía en ese momento pensando en su cena. No gritó, pero el sonido gutural que nació de su pecho no parecía humano, algo así como el gruñido por lo bajo de un lobo que se siente acorralado. A los saltos se fue hasta la arena en donde se sentó con mucha dificultad, con un suspiro sacó de su bolso el cuchillo largo y de poca hoja que usaba para filetear la pesca y mordiendo el cabo del cuchillo procede concienzudamente a cortar alrededor de la espina que se había clavado profundamente en su pie, para retirarla por completo sin que se rompiera ni se quebrara dentro de la carne. Su cara fue tomando el color del verano, pasó por el otoño y luego terminó en un color invernal, así de dolorosa era la operación que se estaba haciendo, vio muchos pescadores perder los dedos por infecciones con ese tipo de espinas, donde se rompía dentro, no salía más. Era necesario “cortar por lo sano”, como no tenía intenciones de perder su preciado pie, prefirió perder solo un pedazo de carne. Sabía que se iba a desmayar, se apresuró a taponarse la herida con alga fresca y envolverla con un pañuelo antes de que la obscuridad llegue a su mente. Antes de caer al suelo, recordó un dolor como el que estaba sintiendo, hacía mucho tiempo atrás, un dolor que había olvidado por completo.

El chasquido del látigo amortiguó el rasgar de la piel de su espalda, atado a un poste recibía el quinto latigazo, la gente hacía apuestas para ver en cual golpe se desmayaba el hombre. De su pelo lacio goteaba el sudor como una catarata, la sangre humedecía la arena a sus pies y apretaba tanto los dientes que estaban a punto de astillarse. No les iba a dar el gusto de escucharlo gritar, es seguro que moriría pero lo haría demostrándoles que era más fuerte que el látigo. El verdugo hizo un descanso al décimo latigazo, una mujer de la multitud se apiadó del hombre y se acercó a darle agua de un odre, a lo cual el amo del látigo solo gruñó con poco entusiasmo mientras quitaba la sangre del trenzado de cuero.
Antes de irse la mujer coloca una pequeña daga en sus manos atadas y con una sonrisa le desea buena suerte.
El verdugo estira su látigo en el suelo dando por finalizado su descanso y deseoso de escuchar el alarido del hombre castigado toma impulso para dar el golpe con todas sus fuerzas. La incredulidad se pintó en su cara cuando la punta de su instrumento de castigo se estrelló contra el poste donde un segundo antes estaba Moreno. La daga pequeña pero afilada como un bisturí se clavó en el cuello del verdugo, mientras este se desangraba en un abrir y cerrar de ojos y ante el asombro de la gente, toma el látigo del suelo y haciéndolo restallar en el aire para que nadie se acerque, retrocede lentamente hasta donde todavía estaba su caballo atado a la sombra de una palmera, se sube con mucho trabajo a su montura y se va de ese lugar maldito prometiéndole con la mirada a la gente que volvería. Pero esa es otra historia.
Se despertó con las punzadas de su pie cortado, revisó el apósito improvisado y satisfecho busco su bolso con la pesca.
Dolorido volvió caminando muy despacio a su choza, usando el gancho como bastón, tenía una rica cena que preparar.

domingo, 6 de febrero de 2011

7º TORMENTA


La tormenta de arena en la playa se manifestó de golpe, sin aviso comenzó a golpear sus piernas viejas y débiles, atormentándolo, ofuscándolo hasta ponerlo casi histérico. Esto se debía a una historia que vivió hace años atrás y que nunca había querido volver a vivirla, ni siquiera en sueños. Lentamente comenzó a caminar hacia la calle, la arena enceguecía a todos, solo él permanecía inmutable, comenzaba a revivir en su mente una vez más, lo que aquella vez le hizo perder la cabeza.
El cielo se ensombreció, los hombres miraron hacia arriba y al unísono gruñeron, las miradas fueron tajantes, en un segundo todos tenían en la mente la misma imagen. Hombres encontrados luego de una tormenta de arena, sus cuerpos molidos y retorcidos eran difíciles de olvidar. Pero esta vez el terror fue acaparando sus sentidos, no estaban solos, la caravana en la que viajaban estaba casi toda la aldea, incluida sus familias. Moreno solo dijo unas palabras y estas eran: cada uno con sus familias, casi lo dijo como despedida, todos sabían que esa tormenta de arena, era la más temida del desierto, pero creyeron que en esa época no se la encontrarían, en el desierto no se puede confiar, tiene mente propia y ese fue su error.
El turbante cubría la cabeza y toda la cara, solo dejaba los ojos a la vista, se colocó un antifaz que terminó por tapar por completo su rostro pero dejaba algo de visión necesaria para andar. A lo lejos se veía  como las personas se agrupaban y se cubrían con unos cueros impermeables que se asemejaban a un toldo, el problema de esto es que una vez armada la cobertura se acumulaba tanta arena sobre él, que solo se podía respirar con el aire que queda encerrado ahí, si la tormenta duraba días, no durarían tanto como para sobrevivir. Pero el León del desierto tenía otra cosa en mente, en sus largas salidas recordaba una gruta que encontró cerca de donde los sorprendió la tormenta de arena. Le puso una manta a su caballo para que no sufra el embate infernal de la arena furiosa y partió en busca de la cueva.
Horas después, cansado y sediento volvió para llevarse a los que quedaran vivos, un grupo bastante grande quedaba y eso le dio fuerzas para llevarlos a la salvación. Tres horas después pudieron sentarse a descansar dentro de la caverna, era pequeña pero tenía una roca redonda la que haciéndola rodar podían tapar la entrada para protegerse del viento y el frío nocturno.
Eran treinta personas en un lugar con espacio para diez, apiñados pero felices de no morir con las gargantas secas por la arena. Moreno comenzó a racionalizar los víveres y el agua, el bien más preciado con el que se cuenta en el desierto. Carne seca y dátiles eran todo lo que tenían, solo alcanzaría para tres días, pero el agua solo duraría un día, el resto del líquido precioso se había perdido en la tormenta y nadie se atrevería a salir en busca de los odres desparramados entre las dunas. Los niños fueron los primeros en morir, a pesar de la doble ración de agua que se les daba, sucumbieron ante el cruel desierto que no da ni perdona.
El silencio se fue apoderando del lugar, solo se escuchaba el silbar de las gargantas secas, las mujeres no se atrevían ni a llorar por sus hijos muertos en sus brazos, para no desperdiciar líquidos con las lágrimas. Una idea comenzó a germinar en la mente de Moreno, la mirada de uno de sus guerreros le indicó que no era el único que pensaba en esa solución. La idea de comer sus muertos le hizo estremecer hasta los huesos, no era un temor religioso como cualquiera pensaría, era algo más primordial, más visceral, el que comiera carne humana no sería nunca más la misma persona.
Como si le adivinara el pensamiento, un guerrero sacó su puñal y ante el estupor de su jefe, procedió a degollar sin una palabra mediante al hombre que agonizaba al lado suyo. Ya habían pasado diez días encerrado en esa cueva inmunda sin que la tormenta menguara en su fuerza. La sangre les llenó los labios resecos y partidos por la sed, la carne cruda calmó el hambre atroz, pero no así la mente atormentada. Una mujer se  abre el estomago de un tajo, para que su hijo pequeño tenga que beber y comer, el León del desierto se había convertido en un chacal carroñero, el cual miraba con los ojos vidriosos y delirantes por la sed la locura de esos días. No supo cuanto tiempo pasó, solo quedaban quince de los treinta, el tiempo solo era medido por los gruñidos de su estómago y por la mirada tensa que se daban entre todos, adivinando quien sería el próximo cordero a ser sacrificado por el bien de los demás.
Pasaron las noches, los días, las horas, los segundos interminables, comparados solo con un reloj de arena infinito, que no tiene principio ni fin.
Tomó su cuchillo para aliviar esa tortura, la sed y el hambre, pero también para aplacar la culpa de las atrocidades cometidas. Ninguna mano se movió para  detenerlo, varios hombres sacaron jarras manchadas con sangre seca y esperaron para libar ese precioso líquido caliente y salado. De pronto una luz los enceguece, los aturde, la piedra de la entrada se mueve, acurrucados temblando los encuentran los guerreros que pudieron llegar hasta la aldea y esperar que  la tormenta pase, para comenzar la búsqueda, Moreno y su gente estaban tan absorbidos por el horror de la cueva, que no se dieron cuenta que la tormenta había terminado varias semanas atrás.
Una daga cayó al piso y un hombre se tapó la cara con las manos para que no lo vean llorar.
En silencio se fueron sin mirar atrás.

viernes, 7 de enero de 2011

6º Al-Mumeet

Era temprano, los pescadores aún no salían de puerto, las redes enrolladas esperaban su momento para atrapar la comida necesaria para sobrevivir otro día más.
Recorría la playa una y otra vez intentando recordar, las imágenes iban y venían por su mente atormentada, por las noches se despertaba creyendo que se encontraba durmiendo bajo las estrellas del desierto y casi podía sentir el aire caliente atravesado en su garganta. Se miraba las manos creyendo que las encontraría manchadas de sangre, la sangre que tantas veces derramo en pos del bienestar de su gente, su pueblo.
El hombre lo miraba, midiendo la distancia para atacar, daba vueltas alrededor suyo buscando el momento justo para enfrentar su espada con la de él. Moreno lentamente giraba para no darle la espalda, sospechaba que sería una pelea larga, su oponente ostentaba muchas cicatrices en la cara, esto le hizo recordar una historia contada por las noches en las tiendas sobre un guerrero con la cara tatuada de cicatrices por las innumerables luchas que ha tenido y sobrevivido, infinidad de hombres murieron en sus manos. Le decían Al-Mumeet, “El Tomador de Vida”.
Esperó hasta que el sol diera en los ojos del guerrero y atacó, se dio cuenta en el mismo instante de levantar su alfanje para comenzar la lucha que sería anticipado en cada uno de sus golpes como si supiera cada movimiento suyo. Paró el movimiento y lo miró a los ojos, leyendo en ellos la duda, escudriñándolo para ver que haría. Su enemigo solo esperaba, era paciente. Entonces su estrategia sería no tener ninguna, cada ataque sería al azar y sin pensar los golpes siguientes para que no lea en sus ojos cual sería el movimiento. Al sentirse descubierto en su táctica, Al-Mumeet se dio cuenta que ese día moriría en manos de “El León”.
Jadeantes se detuvieron un momento para mirarse mientras se enjugaban el sudor y la sangre, llevaban mas de una hora combatiendo y el sol arrasaba sus cabezas, sedientos los dos. Moreno le hace una señal con la cabeza mostrándole el zurrón con agua que tenía en su caballo, dándole la espalda para demostrarle que no temía una traición por detrás, se encamina hasta el agua tibia pero exquisita. Luego de tomar unos sorbos largos le ofrece al guerrero con la mano extendida el odre para que el beba también. Dudó solo un segundo, dejo su espada clavada en la arena en clara señal de tregua y tomo de la mano de Moreno el recipiente para beber hasta saciarse.
Con una sonrisa en sus caras contemplaron las dunas, sabiendo que uno de ellos quedaría ahí para carne de los buitres. Terminada la tregua cada uno tomó distancia, acomodaron sus ropas y levantaron los sables.
Horas después Moreno llegaba a la aldea, mientras se lavaba la sangre de la cara y las manos, pensaba en el guerrero, Al-Mumeet El Tomador de Vida, así le decían.

sábado, 1 de enero de 2011

5º CIEGO


La pipa se iba apagando de a poco, estaba absorto en sus pensamientos, en sus recuerdos, la playa era su lugar, al cual iba para recordar. Su memoria iba y venía, la edad lo tenía a maltraer, pero bastaba mirar la arena para que multitudes de imágenes se agolparan en su mente, atiborrándolo de experiencias pasadas, casi descontroladas, sin fechas ni años, solo el sentir en la piel una vez más el calor y el sudor del combate.
El espía estaba arrodillado ante él, sus ojos desorbitados por la presencia de Asad enfrente suyo. La transpiración por el miedo golpeaba la arena seca dejando pequeños agujeros que el viento volvía a tapar con otra fina capa de arenisca, como si nunca hubiera existido el miedo de ese hombre.
Pensativo se paseaba alrededor del prisionero sin saber que decisión tomar, si lo dejaba vivo, sus hombres lo tomarían como señal de debilidad, aún lo miraban con desconfianza, midiéndolo.
Indica a uno de sus hombres que lo ate al árbol más cercano, tomando su cuchillo se acerca al tembloroso prisionero y hábilmente como si lo hubiera hecho cientos de veces le pincha los ojos para que quede ciego. El grito de dolor se escuchó por toda la aldea, la gente dejó sus quehaceres unos momentos para mirar en dirección en donde estaba su jefe, hombres, mujeres y niños sonreían plácidamente, todos pensaban que éste realmente era su jefe y siguieron con sus labores como si nada hubiera ocurrido.
-Este es el castigo que le damos a los que con intriga entran en nuestra aldea –le dice al hombre, que se retorcía de dolor.
Lo desata y acercándole un caballo le ayuda a montar dirigiéndolo de vuelta a la aldea vecina. Antes de partir le da las indicaciones para su jefe: --esta es nuestra tierra, nuestro oasis, cualquiera que se atreva o intente acercarse nuevamente pagara un precio mucho mayor junto con  la ceguera, le cortaré las manos, la lengua y lo dejaré sordo, para que ande por el desierto ciego, sordo y mudo, y ya nunca podrá pedir ayuda, ya que no tendrá manos con las cuales solicitarla. Dicho esto le da un golpe a la grupa del caballo que parte raudamente.
Al volver donde sus hombres, pudo ver que las miradas de aquellos eran de aceptación y confianza, ahora podría estar seguro que era el jefe absoluto e indiscutido del lugar.
La pipa descansaba sobre una roca, miraba el mar, ese mar que tanto amaba, solo pensaba si alguna vez volvería a recorrer sus olas para emprender otra aventura.