viernes, 20 de mayo de 2011

14º SEDIENTOS

Moreno afilaba su espada como todos los días, era una ceremonia en la cual solo le quitaba las melladuras, no limpiaba la sangre de la hoja, luego de un tiempo el acero tomaba un color casi rojizo, esto identificaba a los guerreros de los que aún no habían derramado sangre del enemigo. Mientras estaba haciendo esta tarea un grupo de hombres se acercan a él. Tenían una petición, deseaban hacer una incursión a territorio enemigo, estaban sedientos de sangre. Los ojos casi desorbitados por la excitación de su capitán se encontraron con la mirada serena y entretenida de Moreno que seguía afilando su gran espada sin inmutarse ante ese extraño pedido.
La paciencia de los hombres se estaba acabando, las manos en los pomos de sus alfanjes y los dedos en los gatillos de los fusiles se movían nerviosamente. Un gruñido bajo y descarado enfocado a la pasividad de su jefe hubiera sido motivo suficiente para que Moreno mandara cortar varias manos por la insolencia. Pero no hacía nada, ni siquiera los miraba, seguía en su afilado con mucha parsimonia, podría decirse que lo hacía a propósito. Como si los estuviera probando ante la sed de muerte, sangre y arena de sus valientes. Largos minutos pasaron, interminables y eso que en el desierto no existe el tiempo, se cuenta por noches y lunas en realidad. Pero para ellos esa espera nerviosa significó la eternidad. Nadie se atrevió a decir palabra, solo se quedaron ante él, pero ahora con miedo, esa paciencia significaba que el desenlace era inminente. Comenzaron a sudar, más de lo normal en realidad, se miraban buscándose entre ellos quien sería el que pagaría la grosería de presentarse así ante el León. Las manos dejaron de lado las empuñaduras, y los fusiles descansaron apoyados en la arena. Las caras se fueron relajando y dejaron de buscar el castigo en su mente. De a poco comenzaron a sonreír, casi como una mueca, pero fue creciendo hasta convertirse en una risa, pero no una risa histérica, era de alivio. Moreno dejó su espada, enderezó el cuerpo dolorido por la posición en cuclillas y los miró detenidamente uno por uno.
Las risas se fueron apagando dejando una calma en sus corazones y mentes, se les acercó con el alfanje en la mano y le fue tocando el hombro a cada uno en señal de amistad. Ahora, con alegría en el pecho podemos partir en busca de sangre, fue lo único que les dijo.
Y así partieron todos a caballo, en silencio con los corazones rebosantes de dicha. De ese día en más entraron en infinidad de batallas y no necesitaron nunca más de la furia o el coraje para luchar.

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