jueves, 30 de diciembre de 2010

4º ARENA


Desde la escollera miraba el viejo la arena de la playa, era de un color amarrillo brillante por el sol, le traía recuerdos, recuerdos de otra época, cuando él era un león.
La mano en la empuñadura de su alfanje le daba un porte especial, sus hombres lo miraban y en sus caras se veía la fascinación, que solo lo logra un líder. Miraba atentamente el horizonte mientras su caballo escarbaba nervioso en la arena, presintiendo la batalla. Un movimiento imperceptible en los ojos de Moreno hizo que sus hombres miraran en la dirección a la cual ya señalaba con su mano. A lo lejos se veían puntos pequeños que levantaban el polvo, la formación de ataque indicaba que ya los habían visto. Moreno da una orden simple y rápida, cuando todos estaban en sus puestos, indica que esperen su orden para atacar, todos sabían cual era esa orden y por eso lo amaban.
Cuando solo faltaban unos cientos de metros comienza la súbita carrera del jinete para encontrarse de frente con los atacantes, esta es el movimiento que esperaban, era tan valiente y aguerrido que siempre era el solo quien comenzaba la lucha. Al mismo tiempo como si fueran un solo hombre atacan al enemigo, los alfanjes desenfundados y los rifles listos.
Con veinte metros de ventaja Moreno ya había matado a varios hombres con su espada cuando llegaron a cubrir su retirada para organizar el segundo ataque desde la retaguardia. A la orden de disparar, quince guerreros colocaron sus balas correspondientes en quince hombres derribándolos de sus caballos, tal así era la puntería que lograron con la práctica enseñada por aquel hombre que era su jefe.
Luego de diez minutos todo había terminado, solo quedaban heridos y moribundos entremezclados con los muertos. Las bajas de ellos fueron pocas comparadas con el enemigo. La fiereza con la que combatían no tenía parangón. Moreno secándose el sudor y la sangre ajena encuentra entre los heridos al jefe de esa tribu que antiguamente les había prometido paz a Moreno y su gente. Al verlo fijamente mientras el hombre intentaba ponerse en pie aún con su mano en el sable curvo, Moreno se la quita y con desdén lo ayuda a incorporarse.
-Mátame aquí mismo León, le dice entre gemidos de dolor por el gran tajo que tenía en el pecho.
Lo pensó un momento y se dio cuenta que era mejor enviar un mensaje a toda la tribu, que antes eran vecinos y amigos del oasis.
-Tu muerte no vale ni una gota de mi sudor amigo.
-Entonces déjame tener una muerte honrosa a manos de mi cuchillo, le pide desesperado.
-Te usaré de ejemplo –dice suavemente, mientras le indica a uno de sus hombres que le aten las manos.
Desenvaina su espada y cuando la tiene en alto le dice: tus manos sellaron el pacto de amistad hace un año atrás cuando el oasis era generoso, ahora que esta casi seco, lo quieres arrebatar de nuestras manos, eso no lo puedo permitir –dice con una sonrisa sincera. Dicho esto de un solo golpe cercena las manos por arriba de las muñecas. Luego cauterizan los muñones con un cuchillo al rojo vivo, lo suben a un caballo donde lo atan bien para que no se caiga y enfilan al equino hacia su aldea.
Ve como el caballo se aleja al galope hacia las tiendas que le son familiares y emprenden el camino de vuelta llevando a sus muertos y dejando a los enemigos para pasto de los buitres.
El caballo cansado por el galope entra despacio en la aldea, todos lo miran sin decir una palabra y se queda bajo la sombra de una palmera descansando y resoplando por la sed. Uno de los hombres se acerca casi sin atreverse a ver el jinete recostado sobre el caballo casi cayéndose, éste abre los ojos y antes de pedir agua muestra sus muñones y solo dice una palabra que hace palidecer a los que escucharon ese nombre.
“Asad”.


3º RECUERDOS


El muchacho sostenía aún en sus manos el cuchillo ensangrentado, la mirada perdida sin saber que hacer. En el suelo delante de él, estaban los cuerpos en un charco de sangre, eran sus padres adoptivos.
Apenas lo conocieron en esa playa al desembarcar en su bote, lo quisieron como si fuera el hijo que no podían tener. El sentimiento era mutuo, a pesar de ser muy callado y reservado, Moreno expresaba todos sus sentimientos a través de sus ojos verdes y cuando la miraba a su madre, se podía notar el cambio en ellos. Una tonalidad más clara y un rostro más relajado aparecían en ese muchacho olvidado por el mundo.
Hasta ese día todo era perfecto en la nueva vida de Moreno, luego de estar meses trabajando como jardinero para la pareja, le cuentan de la decisión de adoptarlo legalmente para que fuera su hijo. La sonrisa del muchacho triste se convirtió en una sonrisa que hasta ese día nunca le habían visto. Su rostro se iluminó, los ojos brillaron y se le formaron hoyuelos producto de esa primera sonrisa.
Se arrodilló al lado de su madre y mientras le acariciaba el pelo, quitó el collar de su cuello y se lo guardó en el bolsillo. En su padre buscó la billetera en donde estaba la única foto que tenían los tres juntos. Juntó el dinero que pudo ahorrar durante todo el tiempo que pasó con ellos, dio una última mirada a sus padres y salió de la casa. Mientras se lavaba las manos rojas de sangre en el jardín, comenzó a recordar lo sucedido minutos antes.
Al escuchar los gritos de su madre entra corriendo al comedor, lo primero que ve es a un hombre ultimando a  cuchilladas a su padre y su madre intentando llegar a la puerta arrastrándose en el suelo. De un salto cayó encima del hombre y de una patada le quita el arma, que cae a poca distancia, se interpone entre el cuchillo y su padre. Una rápida mirada le cuenta que su madre se desmayó y no puede ayudarle. Ante la indecisión del asesino, toma el cuchillo en sus manos y lo amenaza blandiéndolo con coraje. El ladrón decide retirarse riéndose, las huellas de Moreno en el arma homicida le darían la ventaja de escaparse de culpa y cargo.
Al volver con sus padres, se da cuenta que los dos murieron y ya nada podía hacer por ellos. Solo quedaba huir. Sabía que no le creerían la historia de un ladrón sorprendido en la casa.
Volvió a entrar luego de lavarse bien y sin  mirarlos, fue directo a su habitación en donde en un solo bolso guardó sus pocas pertenencias, la ropa y el revólver de su padre, en algún momento quizá le fuera necesario usar el arma.
En una librería de la ciudad compró mapas y marcó en ellos los lugares en donde había faros, quería vivir cerca de uno. En el puerto mientras esperaba que zarpara su barco, recordó a su familia y lloró.

sábado, 18 de diciembre de 2010

2º ESPERANZA

Con su pipa se lo podía ver a Moreno siempre sentado cerca del faro mirando el horizonte, oteando los barcos a lo lejos, esperando. El muchacho que había en él, le pedía a gritos una aventura más, poder recorrer nuevamente tierras lejanas y empuñar su espada para defender al débil. Pero el tiempo era tirano y su cuerpo sufría los estragos de casi setenta años de vida. Sus dedos acariciaban suavemente la arena, recordando la arena de un oasis lejano, por un momento volvió a revivir todo otra vez. La sangre se mezclaba con el sudor, los músculos cansados apenas sostenían su alfanje, la empuñadura parecía quemar como el fuego a su alrededor. Infinidad de muertos regaban el suelo con su sangre, tal fue la fiereza con la que se combatió durante horas en ese mundo perdido. El miedo y el dolor se podían sentir en el aire como una nube que ensombrecía el cielo y el ruido que hacían los pájaros carroñeros al desgarrar las carnes de los caídos era como el entrechocar de sables. Los últimos combatientes se batían entre los árboles, mientras que el resto ultimaba a los moribundos, nadie quedaría en pie. Solo una tribu sería la vencedora, la otra desaparecería para siempre, nada de la aldea quedaría que los identificara como que alguna vez existió una tribu ahí. Así se hizo durante miles de años y así sería. Este pensamiento le infundó las fuerzas necesarias para terminar el combate. El pecho lleno de tajos y sangre pero henchido de orgullo de su pueblo. Parado ante ellos con el sable en alto, gritó muy fuerte, un alarido territorial, la esperanza volvía con ellos de saber que eran los únicos en ese desierto.

viernes, 17 de diciembre de 2010

1º ATARDECER

No reconozco por donde camino, tal vez la tarde obnubila los sentidos, ya se que es como un túnel cuando se mira desde el principio, solo se ve una pequeña luz al final, algo imposible de llegar o dilucidar que hay del otro lado. Quizá también, ¿porqué no?, la imaginación que vuela por lugares donde nunca imaginé que andaría. Ya no hay sombras que disimulen las apariencias andrajosas y las miradas turbias que siento por dentro.
 El solo pensar en esquivar el suelo por donde piso intentando volar a donde no fui es todo un suplicio, carentes de ambigüedades las excusas que escucho, pienso en la frase “no todo está perdido”…¿para quién no está perdido?
Quisiera iluminarme en una puerto sin luces, pero solo encuentro infinidades de preguntas y las únicas respuestas que logré fueron las del abandono. Dejarme llevar por la derrota, ¿será así cuando uno ya está o se siente derrotado?
No se puede pelear contra molinos de viento, ni tampoco dejarse llevar por el atropello, pero tampoco se puede tomar rehenes, me siento aprehendido, avasallado, humillado, cansado.
No tengo títulos ni derechos, solo la desazón de lo que no puedo ejercer, ni desear. Tal vez pueda aclarar ciertos detalles en la mente retorcida del ayer. Pero sería tan inútil como caminar en una habitación obscura creyendo que no tropezarás con algo.
Sigo soñando con un atardecer en el lago, mientras una niña juega con su perro, imagen que siempre fue fiel en mi mente, desde hace mucho tiempo. Solo resta seguir mirando como las olas golpean, hurgando cerca de mis pies las algas que otrora descansaron en el fondo del mar. El humo del tabaco se mete en mis ojos y un par de lágrimas logra sacar, ¿o fue antes de encender la pipa?
Los botes se mecen a lo lejos, viejos pesqueros que vuelven al puerto a vender y retomar fuerzas para otro día de trabajo en alta mar. La sal marina se mezcla con las lágrimas que corren por las mejillas del viejo hasta mojar su barba blanca. Una mano sobre un bastón es el único apoyo que tiene contra el viento fuerte y frío del invierno. Su camisa raída por el tiempo y los lavados, cuentan la historia de alguien pulcro años atrás, pero solo queda un triste recuerdo marchito de lo que fue.
Con un suspiro se levanta trabajosamente y emprende el camino de vuelta a su choza frente al faro, mientras el humo del tabaco se disipa en la llovizna del atardecer.