viernes, 17 de diciembre de 2010

1º ATARDECER

No reconozco por donde camino, tal vez la tarde obnubila los sentidos, ya se que es como un túnel cuando se mira desde el principio, solo se ve una pequeña luz al final, algo imposible de llegar o dilucidar que hay del otro lado. Quizá también, ¿porqué no?, la imaginación que vuela por lugares donde nunca imaginé que andaría. Ya no hay sombras que disimulen las apariencias andrajosas y las miradas turbias que siento por dentro.
 El solo pensar en esquivar el suelo por donde piso intentando volar a donde no fui es todo un suplicio, carentes de ambigüedades las excusas que escucho, pienso en la frase “no todo está perdido”…¿para quién no está perdido?
Quisiera iluminarme en una puerto sin luces, pero solo encuentro infinidades de preguntas y las únicas respuestas que logré fueron las del abandono. Dejarme llevar por la derrota, ¿será así cuando uno ya está o se siente derrotado?
No se puede pelear contra molinos de viento, ni tampoco dejarse llevar por el atropello, pero tampoco se puede tomar rehenes, me siento aprehendido, avasallado, humillado, cansado.
No tengo títulos ni derechos, solo la desazón de lo que no puedo ejercer, ni desear. Tal vez pueda aclarar ciertos detalles en la mente retorcida del ayer. Pero sería tan inútil como caminar en una habitación obscura creyendo que no tropezarás con algo.
Sigo soñando con un atardecer en el lago, mientras una niña juega con su perro, imagen que siempre fue fiel en mi mente, desde hace mucho tiempo. Solo resta seguir mirando como las olas golpean, hurgando cerca de mis pies las algas que otrora descansaron en el fondo del mar. El humo del tabaco se mete en mis ojos y un par de lágrimas logra sacar, ¿o fue antes de encender la pipa?
Los botes se mecen a lo lejos, viejos pesqueros que vuelven al puerto a vender y retomar fuerzas para otro día de trabajo en alta mar. La sal marina se mezcla con las lágrimas que corren por las mejillas del viejo hasta mojar su barba blanca. Una mano sobre un bastón es el único apoyo que tiene contra el viento fuerte y frío del invierno. Su camisa raída por el tiempo y los lavados, cuentan la historia de alguien pulcro años atrás, pero solo queda un triste recuerdo marchito de lo que fue.
Con un suspiro se levanta trabajosamente y emprende el camino de vuelta a su choza frente al faro, mientras el humo del tabaco se disipa en la llovizna del atardecer.

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