sábado, 18 de diciembre de 2010
2º ESPERANZA
Con su pipa se lo podía ver a Moreno siempre sentado cerca del faro mirando el horizonte, oteando los barcos a lo lejos, esperando. El muchacho que había en él, le pedía a gritos una aventura más, poder recorrer nuevamente tierras lejanas y empuñar su espada para defender al débil. Pero el tiempo era tirano y su cuerpo sufría los estragos de casi setenta años de vida. Sus dedos acariciaban suavemente la arena, recordando la arena de un oasis lejano, por un momento volvió a revivir todo otra vez. La sangre se mezclaba con el sudor, los músculos cansados apenas sostenían su alfanje, la empuñadura parecía quemar como el fuego a su alrededor. Infinidad de muertos regaban el suelo con su sangre, tal fue la fiereza con la que se combatió durante horas en ese mundo perdido. El miedo y el dolor se podían sentir en el aire como una nube que ensombrecía el cielo y el ruido que hacían los pájaros carroñeros al desgarrar las carnes de los caídos era como el entrechocar de sables. Los últimos combatientes se batían entre los árboles, mientras que el resto ultimaba a los moribundos, nadie quedaría en pie. Solo una tribu sería la vencedora, la otra desaparecería para siempre, nada de la aldea quedaría que los identificara como que alguna vez existió una tribu ahí. Así se hizo durante miles de años y así sería. Este pensamiento le infundó las fuerzas necesarias para terminar el combate. El pecho lleno de tajos y sangre pero henchido de orgullo de su pueblo. Parado ante ellos con el sable en alto, gritó muy fuerte, un alarido territorial, la esperanza volvía con ellos de saber que eran los únicos en ese desierto.
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