lunes, 30 de mayo de 2011

15º ARENAS

Moreno miraba el horizonte, a lo lejos se veía una nube de arena. Pasó un tiempo hasta que pudo ver el grupo de guerreros, el sol refulgía en sus armas. El brillo de las espadas desenvainadas era hermoso, por un momento quedó obnubilado por esa visión.
El viejo limpiaba unos pulpos que había pescado entre las rocas mientras recordaba aquella batalla. Hacía varios días que no podía salir a pescar por la tormenta, pero apenas amainó salió a la playa en busca de comida, en el trayecto por la arena encontraba los restos que dejó el mar embravecido. Cajas y pedazos de redes de los barcos, pensó que a la vuelta tendría tiempo de buscar algo que le sirviera para su choza.
Caracoles, ostras y maderas desparramados por todos lados, pero algo unos metros delante de el le llamó la atención, era una caracola enorme e intacta, la tomó entre sus manos viejas y cansadas. Era perfecta, un color nacarado y rosáceo por dentro que lo maravillo. Se llevó la caracola al oído y pudo disfrutar el sonido del mar. Años atrás un pescador le contó el porque de este fenómeno. Le dijo que antiguamente el hombre vivía en el mar, luego evolucionó y salió del mar para poder usar las piernas. Pero que tiempo después el hombre extrañaba tanto el mar que se sentaba en la arena a mirar las olas durante horas. El mar se apiadó de él y le regaló las caracolas, para que estando lejos de lo que más amaba pudiera oír le ruido del océano en la caracola. Y por eso hoy, se podía encontrar al hombre feliz escuchando ese ruido tranquilizador en cualquier lugar que estuviera. Guardó el tesoro encontrado en su bolso de pesca y siguió recorriendo la playa hasta llegar a las rocas en donde seguramente encontraría el manjar tan deseado.
Los hombres esperaban en silencio que su jefe les diera la orden de atacar, éste miraba impasible el grupo que cada vez se acercaba más a ellos. Tenían el sol de frente y esto les hacía imposible calcular la cantidad exacta de los enemigos que iba a su encuentro. Moreno buscaba una estrategia en su mente, pero nada se le ocurría, sus hombres impacientes ya, tenían sus manos en los sables listos para pelear por sus familias y el oasis.
Recordó que días atrás cerca de donde estaban habían encontrado arenas movedizas, entonces con una idea en su mente les gritó unas indicaciones a los hombres y emprendieron la huída.
El grupo atacante gritó de júbilo al ver huir cobardemente a “el león” y sus hombres, tal fue la indignación de verlos escapar que los persiguieron ciegamente.
Esto es lo que esperaba Moreno, enfilaron ahcia las traicionera arenas tratando de levantar una gran nube de polvo detrás de ellos. Al llegar al sitio pasaron divididos por los costados, luego siguieron unos metros y desmontaron de sus caballos esperando la embestida del enemigo.
Los primero jinetes con sus alfanjes en las mano y las riendas en la otra, cayeron de sus caballos al enterrarse de súbito en la arena por el ímpetu de la carrera. Las caras de sorpresas lo dijeron todo, no pudieron ni gritar avisando al resto, ni para pedir auxilio, más de diez cayeron en la trampa de arena, el resto se dio cuenta de lo que sucedía y eludieron el terreno movedizo. Un tercio del grupo quedó enterrado allí. Sonriendo Moreno desenvainó su espada y comenzó a luchar.
El viejo con su bolsa cargada de pulpos emprendió el regreso para preparar la comida, cada tanto se llevaba la caracola al oído y sonreía de placer.

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