La pipa se iba apagando de a poco, estaba absorto en sus pensamientos, en sus recuerdos, la playa era su lugar, al cual iba para recordar. Su memoria iba y venía, la edad lo tenía a maltraer, pero bastaba mirar la arena para que multitudes de imágenes se agolparan en su mente, atiborrándolo de experiencias pasadas, casi descontroladas, sin fechas ni años, solo el sentir en la piel una vez más el calor y el sudor del combate.
El espía estaba arrodillado ante él, sus ojos desorbitados por la presencia de Asad enfrente suyo. La transpiración por el miedo golpeaba la arena seca dejando pequeños agujeros que el viento volvía a tapar con otra fina capa de arenisca, como si nunca hubiera existido el miedo de ese hombre.
Pensativo se paseaba alrededor del prisionero sin saber que decisión tomar, si lo dejaba vivo, sus hombres lo tomarían como señal de debilidad, aún lo miraban con desconfianza, midiéndolo.
Indica a uno de sus hombres que lo ate al árbol más cercano, tomando su cuchillo se acerca al tembloroso prisionero y hábilmente como si lo hubiera hecho cientos de veces le pincha los ojos para que quede ciego. El grito de dolor se escuchó por toda la aldea, la gente dejó sus quehaceres unos momentos para mirar en dirección en donde estaba su jefe, hombres, mujeres y niños sonreían plácidamente, todos pensaban que éste realmente era su jefe y siguieron con sus labores como si nada hubiera ocurrido.
-Este es el castigo que le damos a los que con intriga entran en nuestra aldea –le dice al hombre, que se retorcía de dolor.
Lo desata y acercándole un caballo le ayuda a montar dirigiéndolo de vuelta a la aldea vecina. Antes de partir le da las indicaciones para su jefe: --esta es nuestra tierra, nuestro oasis, cualquiera que se atreva o intente acercarse nuevamente pagara un precio mucho mayor junto con la ceguera, le cortaré las manos, la lengua y lo dejaré sordo, para que ande por el desierto ciego, sordo y mudo, y ya nunca podrá pedir ayuda, ya que no tendrá manos con las cuales solicitarla. Dicho esto le da un golpe a la grupa del caballo que parte raudamente.
Al volver donde sus hombres, pudo ver que las miradas de aquellos eran de aceptación y confianza, ahora podría estar seguro que era el jefe absoluto e indiscutido del lugar.
La pipa descansaba sobre una roca, miraba el mar, ese mar que tanto amaba, solo pensaba si alguna vez volvería a recorrer sus olas para emprender otra aventura.
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