Era temprano, los pescadores aún no salían de puerto, las redes enrolladas esperaban su momento para atrapar la comida necesaria para sobrevivir otro día más.
Recorría la playa una y otra vez intentando recordar, las imágenes iban y venían por su mente atormentada, por las noches se despertaba creyendo que se encontraba durmiendo bajo las estrellas del desierto y casi podía sentir el aire caliente atravesado en su garganta. Se miraba las manos creyendo que las encontraría manchadas de sangre, la sangre que tantas veces derramo en pos del bienestar de su gente, su pueblo.
El hombre lo miraba, midiendo la distancia para atacar, daba vueltas alrededor suyo buscando el momento justo para enfrentar su espada con la de él. Moreno lentamente giraba para no darle la espalda, sospechaba que sería una pelea larga, su oponente ostentaba muchas cicatrices en la cara, esto le hizo recordar una historia contada por las noches en las tiendas sobre un guerrero con la cara tatuada de cicatrices por las innumerables luchas que ha tenido y sobrevivido, infinidad de hombres murieron en sus manos. Le decían Al-Mumeet, “El Tomador de Vida”.
Esperó hasta que el sol diera en los ojos del guerrero y atacó, se dio cuenta en el mismo instante de levantar su alfanje para comenzar la lucha que sería anticipado en cada uno de sus golpes como si supiera cada movimiento suyo. Paró el movimiento y lo miró a los ojos, leyendo en ellos la duda, escudriñándolo para ver que haría. Su enemigo solo esperaba, era paciente. Entonces su estrategia sería no tener ninguna, cada ataque sería al azar y sin pensar los golpes siguientes para que no lea en sus ojos cual sería el movimiento. Al sentirse descubierto en su táctica, Al-Mumeet se dio cuenta que ese día moriría en manos de “El León”.
Jadeantes se detuvieron un momento para mirarse mientras se enjugaban el sudor y la sangre, llevaban mas de una hora combatiendo y el sol arrasaba sus cabezas, sedientos los dos. Moreno le hace una señal con la cabeza mostrándole el zurrón con agua que tenía en su caballo, dándole la espalda para demostrarle que no temía una traición por detrás, se encamina hasta el agua tibia pero exquisita. Luego de tomar unos sorbos largos le ofrece al guerrero con la mano extendida el odre para que el beba también. Dudó solo un segundo, dejo su espada clavada en la arena en clara señal de tregua y tomo de la mano de Moreno el recipiente para beber hasta saciarse.
Con una sonrisa en sus caras contemplaron las dunas, sabiendo que uno de ellos quedaría ahí para carne de los buitres. Terminada la tregua cada uno tomó distancia, acomodaron sus ropas y levantaron los sables.
Horas después Moreno llegaba a la aldea, mientras se lavaba la sangre de la cara y las manos, pensaba en el guerrero, Al-Mumeet El Tomador de Vida, así le decían.
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