sábado, 3 de septiembre de 2011

18º TRAIDOR

Moreno tenía la cabeza entre sus manos, el dolor que sentía en su pecho solo tenía comparación cuando recordaba a Elizabeth. La sangre de su amigo aún podía olerse en el aire, más que la culpa. El día transcurría lentamente, los hombres preparaban las armas, la comida y los animales, harían una incursión sanguinaria, porque tenían la convicción que arrasarían con la aldea, que urdió tal traición, no dejarían a nadie con vida. Esto le remordía la conciencia, por más que fuera el jefe no podía ir en contra de los guerreros y menos contra su aldea. Sabía que no podría volver a ser el mismo a partir de eso. Al anochecer emprendieron el viaje, tardarían varios días en llegar. Tendría todo ese tiempo para pedir perdón por dejar a sus hombres hacer, lo que él no quería ni pensar.
Se veían las luces de las hogueras alrededor de la aldea, todos desenvainaron sus sables en una mano y en la otra una pequeña daga, la usarían para degollar, era tan filosa que la llevaban en doble funda y siempre la sacaban con cuidado, porque el corte sería hasta el hueso.
Se acercaron sigilosamente, sus caras y manos tiznadas con carbón, sus ropajes negros para confundirse en las sombras. Uno a uno, fueron cayendo los centinelas, al quedar sin defensa que alerten su presencia, se acercaron a las tiendas. La daga rasgaba la tela y entraban para realizar su venganza sobre los que aún dormían, la sangre bañaba el suelo, las botas embarradas de sangre y arena iban dejando huellas por toda la aldea. Llegó el amanecer sin que nadie presentara lucha, guerreros, hombres, mujeres y niños fueron masacrados esa noche. Dejaron una sola tienda sin entrar. Y así como llegaron, se fueron en silencio por donde vinieron.
Al amanecer el jefe de la aldea se despierta, algo raro lo despertó de su sueño de oro y agua, se incorporó y se puso a escuchar. El silencio lo despertó.
Al salir de la tienda no vio a nadie en sus quehaceres cotidianos, ni a los niños jugar, el capitán de sus hombres no lo despertó para darle las novedades de la mañana.
Lo que sintió fue el olor, el olor característico e inconfundible de la sangre, ese olor dulzón, pegajoso.
Se acercó a la tienda más cerca y entró, el horror se pintó en su rostro, la palidez llegó rápidamente al ir comprobando tienda por tienda.
Se sentó al lado de una hoguera apagada pero aún humeante. Se tomó la cabeza entre las manos igual como hizo Moreno tres días atrás. Entre lágrimas sacó un cuchillo de entre sus ropas y de un solo golpe se lo clavó en el estómago, con tal fuerza que la punta se clavo contra la espina dorsal. Mientras moría desangrado lentamente, recordó las palabras de Moreno tiempo lejano atrás, “serás mi amigo eternamente, hasta que uno de los dos decida interponerse en el camino del otro, y entonces ese traidor tendrá la visita de la muerte”.

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