FIN
lunes, 16 de julio de 2012
27º OCASO
Varias veces se despertó en la noche. El súbito despertar y darse cuenta que aún no amanecía le sacaba de quicio. Hacía días que se sentía intranquilo, pero no podía adivinar el motivo. Miraba las estrellas intentando ver en ellas algún atisbo de tormenta, pero tampoco era eso que lo mantenía sin dormir. Suspiró de fastidio luego de constatar una vez más el cielo nocturno limpio y estrellado, se acostó e intentó dormir, recordó como en el desierto noches como esa se quedaba horas despierto cuidando la aldea amada.
En un arrebato de furia arrojó las mantas a sus pies y se levantó a hacerse un té fuerte como el que le enseñaran a hacer para combatir el calor.
Poco a poco la obscuridad se fue escondiendo para dar paso a las primeras luces tímidas del amanecer. Esto lo ponía contento ya que podría distraerse pescando temprano antes que el sol comienza a morderle la piel vieja y curtida por el clima.
Tomó su sombrero su bolsa de pesca y encaró hacia la playa antes que los turistas y sus preguntas tontas rondaran cerca de el.
Una hermosa mañana pasó, la pesca fue muy buena y tenía con que almorzar decentemente. Decidió hacer una siesta larga para recompensar las horas que no pudo dormir en la noche. La choza estaba fresca y era una delicia acostarse con la brisa fresca colándose por las rendijas de las paredes. Se durmió enseguida y soñó con una cabaña en lo profundo de un bosque y una niña que jugaba y corría junto a un perro. En el sueño la niña rodaba sobre un colchón de verde pasto y a su alrededor estaba lleno de flores las risas de ella llenaban todo el lugar. Moreno podía sentir la suave caricia del viento en su cara mientras observaba a la pequeña, comenzó a acercarse para preguntarle quien era, pero ella se escapaba riéndose y corriendo lejos para que no le alcance. Una y otra vez ella corría y reía, pero él también reía.
Cansado ya del juego se sentó en ese verdor y mientras descansaba podía sentir ese tenue olor a tierra mojada que solo se puede oler en primavera. Cuando todo renace.
Se dejó caer de espaldas y se durmió.
En realidad se despertó del sueño donde creyó dormirse, sentía una alegría sin sentido pero muy cansado, tal así que se quedo un rato más descansando, hasta que juntó fuerzas para levantarse. Decidió salir a caminar un poco para despejarse, estaba atardeciendo y el cansancio solo le permitiría ir hasta una duna cercana para mirar el faro mientras fumaba su pipa. Trabajosamente llegó hasta su punto de descanso, recobró el aliento mientras armaba su pipa y pensaba en su hija y en el amor atemporal que sentía por su madre. En estos pensamientos estaba cuando los ladridos de un perro lo sacaron de sus recuerdos.
La tarde llegó a su fin una vez más y el ocaso acaricia la piel de los amantes perdidos que bajo su luz decadas atrás se prometieron amor eterno.
viernes, 27 de abril de 2012
26º PERFUME
El mar estaba en calma, pero el cielo se iba poniendo cada vez más obscuro. La gente se iba yendo de la playa, solo quedaba el viejo con su pipa. Sus ojos miraban el horizonte, las nubes negras comenzaron a llorar las aguas que venían trayendo. El viejo se calzó su sombrero de cuero, guardó la pipa en el bolsillo y se encaminó al faro.
Hacía años que no iba, los recuerdos eran tan tristes y solitarios que era impensable ver el faro sin que las lágrimas fluyeran en un torrente. Pasaron los años y siempre su mirada buscaba el horizonte, como si esperara que los barcos pesqueros trajeran buenas noticias. Lo único que traían era más soledad al ver las familias de los pescadores que los esperaban ansiosos de abrazarlos al llegar sanos y salvos de las garras del mar traicionero.
El faro viejo y descascarado se alzaba impertérrito al embate del viento y el aguacero, sus paredes antiguamente bellas ahora se encontraban ajadas por el tiempo. Las manos viejas se posaron en su piedra y la recorrieron casi como una caricia que le da un amante a su amor reencontrado luego de años de no verse. La puerta había perdido todo el esplendor que poseía, al viejo le costó abrirla por el óxido. Las telarañas parecían cortinas que se pegaron en su cabeza, sacó de sus ropas una pequeña linterna que tenía por si el camino de vuelta se ponía muy obscuro, la luz iluminaba apenas el recinto, la escalera lanzaba figuras fantasmagóricas en las paredes. Un suspiro las espantó como quien saca imágenes de su mente, el silencio era atroz, el eco de sus pisadas resonaban parecían resonar por toda la playa, los truenos que se escuchaban de fondo eran comparables al ruido que hacían sus latidos en el pecho acongojado por los recuerdos.
Uno a uno los peldaños fue subiendo, parecieron eternos sus pasos, quizá no quería llegar al final del camino en donde se encontraría con el adiós que una vez se dijeron.
Los rayos serpenteaban entre las nubes, la puerta que daba al barandal se había perdido hace años, el viento y el frío golpearon sus arrugas, una tímida sonrisa aplacó el temor del recuerdo lúcido. Casi podía sentir su perfume flotando en el aire marino, el perfume de Elizabeth.
No soportó más el dolor y emprendió la retirada. Esa noche soñó con ella, y el perfume clavado en su corazón.
Hacía años que no iba, los recuerdos eran tan tristes y solitarios que era impensable ver el faro sin que las lágrimas fluyeran en un torrente. Pasaron los años y siempre su mirada buscaba el horizonte, como si esperara que los barcos pesqueros trajeran buenas noticias. Lo único que traían era más soledad al ver las familias de los pescadores que los esperaban ansiosos de abrazarlos al llegar sanos y salvos de las garras del mar traicionero.
El faro viejo y descascarado se alzaba impertérrito al embate del viento y el aguacero, sus paredes antiguamente bellas ahora se encontraban ajadas por el tiempo. Las manos viejas se posaron en su piedra y la recorrieron casi como una caricia que le da un amante a su amor reencontrado luego de años de no verse. La puerta había perdido todo el esplendor que poseía, al viejo le costó abrirla por el óxido. Las telarañas parecían cortinas que se pegaron en su cabeza, sacó de sus ropas una pequeña linterna que tenía por si el camino de vuelta se ponía muy obscuro, la luz iluminaba apenas el recinto, la escalera lanzaba figuras fantasmagóricas en las paredes. Un suspiro las espantó como quien saca imágenes de su mente, el silencio era atroz, el eco de sus pisadas resonaban parecían resonar por toda la playa, los truenos que se escuchaban de fondo eran comparables al ruido que hacían sus latidos en el pecho acongojado por los recuerdos.
Uno a uno los peldaños fue subiendo, parecieron eternos sus pasos, quizá no quería llegar al final del camino en donde se encontraría con el adiós que una vez se dijeron.
Los rayos serpenteaban entre las nubes, la puerta que daba al barandal se había perdido hace años, el viento y el frío golpearon sus arrugas, una tímida sonrisa aplacó el temor del recuerdo lúcido. Casi podía sentir su perfume flotando en el aire marino, el perfume de Elizabeth.
No soportó más el dolor y emprendió la retirada. Esa noche soñó con ella, y el perfume clavado en su corazón.
martes, 24 de abril de 2012
25º CORAZÓN
La lluvia cubría la playa desierta, la luz de los rayos iluminaban el mar. Las estrellas lejanas no podían salir a festejar la noche, las nubes negras cubrían todo el cielo.
Moreno acostado en la arena, dejaba caer cada gota de lluvia en su piel. Dormitaba cansado por el esfuerzo de nadar tanto, sus barco había naufragado unas horas atrás y aunque se veía la costa desde donde comenzó a nadar, no se encontraría con ninguna nave de salvamento que fuera en sus ayuda, la tormenta era tan fuerte que nadie se atrevía a salir, ni siquiera la guardia costera.
Así que tuvo que tuvo que usar todas sus fuerzas para sobrevivir. No era la primera vez, ni sería la última en la que su vida corría peligro. Estaba tan acostumbrado que era algo que lo tomaba casi con burla. Se mofaba de la muerte, que inútilmente lo buscaba una y otra vez. Su forma de ser era así, encaraba al destino que se le interponía en el camino. Pero había algo que lo llevaba a nadar con todas sus fuerzas, la promesa del reencuentro con Elizabeth.
Pero no sabía lo cerca que estaba de ella, unos pocos kilómetros, ella se encontraba en Marruecos en su gira fotográfica.
No le preocupaban los tiburones, con la terrible agitación del mar, era improbable que salieran a buscar comida en la superficie agitada. A lo único que le temía es que el mar embravecido lo azotara contra las rocas o el coral, si el golpe no lo mataba el olor de la sangre manando de su cuerpo atraería indefectiblemente a los predadores.
La costa estaba cada vez más cerca, podía ver las luces a lo lejos. Descanso unos minutos, el esfuerzo de pelear con las olas era terrible. Varias veces lo cubrieron completamente, creyendo que era su fin se encomendó al destino y siguió nadando. Las olas cada vez más fuertes le indicaron que estaba cerca de la costa, había sido arrastrado hasta una zona muy obscura, no se veían casas cercas. La obscuridad era total. Una forma conocida y añorada le devolvió la cordura, sacó fuerza del corazón y nadó los últimos cientos de metros. Una ola lo depositó sobre la arena y se arrastró hasta estar seguro que podría acostarse a descansar sin temor de ser arrastrado nuevamente mar adentro.
No supo cuanto tiempo estuvo tirado, pero se hacía de día. Se levantó tambaleando y caminó hasta el faro, como si lo esperara para vivir una vez más con sus recuerdos.
miércoles, 28 de marzo de 2012
24º LA RED
Estos días grises del otoño, me ponen triste.
Más que nunca se sentía como la canción de Perales, como un pequeño gorrión que por el peso de la tristeza no podía volar. Y al mover las alas podía escucharse el desgarrar de su corazón roto y corrompido por la vida.
Pero el viejo tragaba todo eso, esperando pacientemente que una bocanada de aire fresco le acariciara el rostro, como si fueran manos acariciándolo.
El mar tenía el mismo color de sus ojos, el color del otoño, eran verdes, verde triste.
Su pipa despedía un aroma suave a chocolate, le recordaba otras épocas donde compartir un trozo de chocolate era la experiencia más hermosa que podía tener. Ese aroma lo transportaba, lo elevaba y lo enviaba al paraíso de los sueños vívidos, en los cuales aún despiertos no podemos saber si soñamos o estamos despiertos. Y esa ensoñación la disfrutaba.
A veces se le cruzaban recuerdos de batallas, sangre y espadas. Pero sacudía la cabeza y los borraba para reemplazarlos con la imagen de ella. Retozando en la arena o caminando de la mano por la playa hablando sobre el futuro y de lo que iban a hacer juntos cuando sus tareas adquiridas finalicen.
Ya no pescaba el viejo, solo se quedaba en la sombra de las rocas con su pipa, sus sueños y algún vino para saborearlo como si fueran besos lejanos. Cada día que pasaba sentado y soñando eran días que acercaba más al final y los quería pasar así, recordando.
No creía en dioses, se cagaba en ellos. Y como no creía en la vida después de la muerte, gastaba su precioso tiempo en el pasado.
Cerca de donde descansaba una red de pesca semi enterrada le llamó la atención, otro botín sería para la colección que ya tenía, luego las desarmaba y fabricaba hamacas de playa, cestas y nuevas redes que vendía en el puerto. Con las ganas de hacerse un dinero guarda la pipa y se encamina hasta la red, que luego de muchos intentos sigue sin salir. Luego de varias caídas por el esfuerzo, se sienta a descansar y a disfrutar la pipa. Pero no alcanzó a disfrutar mucho el descanso cuando ve a lo lejos una muchacha que se encamina hacia el. Así que comienza nuevamente con la tarea de desenterrar la maldita red (como él le había dicho varias veces al caerse a la arena) para que al verlo trabajando la muchacha no lo molestara.
-Buenas tardes buen hombre -dice ella en un intento de acercamiento.
-Buenas tardes niña -contesta el viejo.
jueves, 22 de marzo de 2012
23º LA ULTIMA NOCHE
Las horas fueron pasando mientras descansaban en la arena tomados de la mano, cansados de tanto amarse. Ese sector de la playa era solitario y podían dar rienda suelta a su amor.
Volvían solamente para comer algo y dormir, no querían perder tiempo. Moreno partiría de viaje al otro día de mañana y se dedicaron a ellos, para no olvidarse nunca los momentos que pasaban juntos.
Se hicieron miles de promesas, de amor y de reencuentro, pero el destino era otro para los dos y ninguno de ellos sabía que jamás volverían a encontrarse en esta vida. El universo conspiró para que el encuentro anhelado no ocurriera, pero esa es una historia que todos ya conocemos.
En la noche con el fuego iluminando con fantasmagóricas sombras en las paredes, se sentaron para hablar sobre que harían al separarse. Moreno se había inscripto en la Legión Extranjera Francesa en el cual estaría un año en tierras lejanas. Esto lo había hecho antes de conocerla y solo escapando por la noche como un delincuente podría escapar de la situación. Ella pensaba que ese tiempo pasaría pronto y que podrían soportarlo. Elizabeth seguiría con su trabajo fotográfico viajando por el África y hasta quizá tuvieran la suerte de encontrarse antes de tiempo. Su primer viaje luego de la separación sería Marruecos, un lugar fascinante. Y con la cantidad enorme de lugares bellos para fotografiar, tendría la mente ocupada.
Se hizo el silencio en la casa, los dos ensimismados en sus pensamientos y tratando de adivinar que les deparaba el futuro. El crepitar y las llamas danzantes del fuego los tenía hipnotizados, se levantaron tomados de la mano y fueron a pasar la última noche juntos.
Volvían solamente para comer algo y dormir, no querían perder tiempo. Moreno partiría de viaje al otro día de mañana y se dedicaron a ellos, para no olvidarse nunca los momentos que pasaban juntos.
Se hicieron miles de promesas, de amor y de reencuentro, pero el destino era otro para los dos y ninguno de ellos sabía que jamás volverían a encontrarse en esta vida. El universo conspiró para que el encuentro anhelado no ocurriera, pero esa es una historia que todos ya conocemos.
En la noche con el fuego iluminando con fantasmagóricas sombras en las paredes, se sentaron para hablar sobre que harían al separarse. Moreno se había inscripto en la Legión Extranjera Francesa en el cual estaría un año en tierras lejanas. Esto lo había hecho antes de conocerla y solo escapando por la noche como un delincuente podría escapar de la situación. Ella pensaba que ese tiempo pasaría pronto y que podrían soportarlo. Elizabeth seguiría con su trabajo fotográfico viajando por el África y hasta quizá tuvieran la suerte de encontrarse antes de tiempo. Su primer viaje luego de la separación sería Marruecos, un lugar fascinante. Y con la cantidad enorme de lugares bellos para fotografiar, tendría la mente ocupada.
Se hizo el silencio en la casa, los dos ensimismados en sus pensamientos y tratando de adivinar que les deparaba el futuro. El crepitar y las llamas danzantes del fuego los tenía hipnotizados, se levantaron tomados de la mano y fueron a pasar la última noche juntos.
miércoles, 21 de marzo de 2012
22º LLANTO
Al recordarla, las lágrimas brotaron como torrente, una cascada de dolor que recorría su cuerpo entre estertores, sus manos bañadas en soledad solo podían cubrir el rostro para no ver su propia vergüenza, su alma atormentada por el pasado.
Sentado en la arena fumando su pipa, admirando el mar y descansando, esperando el ocaso que marque el fin de otro día solitario y triste.
Estaba muy cansado, la vida se le escurrió entre las aventuras y no podía volver el tiempo atrás. Rogaba cada día que la muerte lo llevara, ya que era muy cobarde para decidir el mismo cuando sería el día.
Extrañaba a Elizabeth, ese nombre rondaba en su mente todo el tiempo, no podía quitárselo, no podía dejarla atrás, no se atrevía a enterrar su nombre. Luchaba entre la vida y la muerte, vivir con sus recuerdos o morir y encontrarla. Pero la vida le pasaba factura por la forma en que vivió.
Aún sentía las manos sucias y pegajosas de sangre ajena, a veces se despertaba en la noche y se tocaba las cicatrices y rogaba no encontrarlas, que fuera un sueño, una pesadilla nada más. Pero ahí estaban para recordarle la infinidad de vidas que tomó y las vidas que otros tomaron bajo sus órdenes.
Vivía atormentado por cientos de caras y ojos suplicantes, implorando perdón donde sabían que no lo encontrarían.
Y tenía miedo, miedo que la muerte viniera a buscarlo en su peor forma, para castigo eterno de su alma maldita.
Mirando unas nubes que amenazaban con cubrir en unas horas todo el cielo, vio con asombro una forma femenina que se recortaba en el horizonte, un perro parecía estar sentado a su lado.
El llanto nació y tardó mucho tiempo en desaparecer, las gotas de lluvia comenzaron caer antes de tiempo, miró al cielo y dejó que el agua tibia por el verano lavara su llanto, sintió una caricia en su mejilla como al pasar. Una tierna caricia que llegó con el viento.
Sentado en la arena fumando su pipa, admirando el mar y descansando, esperando el ocaso que marque el fin de otro día solitario y triste.
Estaba muy cansado, la vida se le escurrió entre las aventuras y no podía volver el tiempo atrás. Rogaba cada día que la muerte lo llevara, ya que era muy cobarde para decidir el mismo cuando sería el día.
Extrañaba a Elizabeth, ese nombre rondaba en su mente todo el tiempo, no podía quitárselo, no podía dejarla atrás, no se atrevía a enterrar su nombre. Luchaba entre la vida y la muerte, vivir con sus recuerdos o morir y encontrarla. Pero la vida le pasaba factura por la forma en que vivió.
Aún sentía las manos sucias y pegajosas de sangre ajena, a veces se despertaba en la noche y se tocaba las cicatrices y rogaba no encontrarlas, que fuera un sueño, una pesadilla nada más. Pero ahí estaban para recordarle la infinidad de vidas que tomó y las vidas que otros tomaron bajo sus órdenes.
Vivía atormentado por cientos de caras y ojos suplicantes, implorando perdón donde sabían que no lo encontrarían.
Y tenía miedo, miedo que la muerte viniera a buscarlo en su peor forma, para castigo eterno de su alma maldita.
Mirando unas nubes que amenazaban con cubrir en unas horas todo el cielo, vio con asombro una forma femenina que se recortaba en el horizonte, un perro parecía estar sentado a su lado.
El llanto nació y tardó mucho tiempo en desaparecer, las gotas de lluvia comenzaron caer antes de tiempo, miró al cielo y dejó que el agua tibia por el verano lavara su llanto, sintió una caricia en su mejilla como al pasar. Una tierna caricia que llegó con el viento.
sábado, 17 de marzo de 2012
21º LA NIÑA
El viejo fumaba su pipa mientras pescaba. Esto lo hacia todos los días para entretenerse, no tenía necesidad de pescar para comer. Sus días estaban llegando a su fin y se daba el gusto de gastarlos en lo que más le gustaba. Se quedaba hasta el atardecer apoyado en el muro de contención de olas. Los turistas iban y venían, algunos se acercaban a darle charla y sus respuestas eran tan cortantes que no osaban preguntar más. Solo lo miraban como quien observa al carnicero mientras corta la carne para vender.
Solo se dignaba a hablar con una niña de unos diez años que por cansancio consiguió que le prestara atención. Vivía cerca de su choza, en una casa de playa pequeña pero hermosa, sus padres se le habían presentado para saber de él y contarle la historia de la nena. Una enfermedad los obligó a comprar la casa ya que el clima era bueno para su salud deteriorada, una enfermedad sin cura ni tratamientos.
Sus ojos observaban cada movimiento del viejo, hasta que aprendió cada detalle de la pesca. Aprendió como preparar el cebo y como limpiar al pez de varias formas depende como fuera a ser cocinado.
Tenía un cabello largo y enrulado, los ojos grises parecían mirarte desde el alma, o quizá uno veía su propia alma reflejado en ellos. Su padre le regaló un cuchillo de filetear para que pudiera ayudarle en la limpieza.
A todo esto la charla era corta pero precisa. De a poco ella fue conociéndolo y queriéndolo. Al principio lo vio como una persona huraña que odiaba a las personas, pero se dio cuenta que no era así. Tenía miedo de las personas, miedo a volver a querer a alguien y quedarse solo nuevamente.
La niña le tomaba la mano cuando volvían de pescar, el viejo solo suspiraba de fastidio ante la insistencia de ella.
De a poco con sus preguntas fue conociendo su historia, sus amores, sus tristezas y de su soledad.
Vivía bien, pero su casa parecía un museo, cosas por doquier, al ser bastante avispada para su edad pudo comprender que muchas cosas tenían un valor incalculable, pero tiradas por el piso llenas de tierra y arena.
Una tarde tuvo una idea, se puso el pañuelo que el viejo le había dado para que el sol no cocine su cabeza y comenzó a limpiar la casucha. Le llevó varias horas ordenar todo, bajo la mirada incrédula del viejo que no sabía como decirle no a esa preciosura de niña. Mientras limpiaba ella cantaba canciones sobre el mar, que había escuchado a los pescadores en el puerto, donde muchas veces lo acompaño a vender su pesca.
Fotos viejas sin marco avejentadas por el tiempo fueron a parar a un cajón, mientras las miraba pudo ver que la gran mayoría eran de una mujer. Estaba intrigada, pero no se atrevió a preguntar quien había sido en su vida. El miraba atentamente lo que hacía con las fotos, tomó una y la puso en un mueble donde había una colección de pipas antiguas.
Un sollozo interrumpió la labor de limpieza, el viejo lloraba con las manos cubriendo su rostro, la niña que se llamaba Camila lo abrazó por detrás y lloró con el.
Estuvieron así mucho tiempo hasta que el viejo se calmó, fue a preparar la merienda, leche con vainillas que tuvo que acostumbrarse a comprar todos los días para su única amiga.
Aunque los meses pasaban nunca hablaron del tema.
Cada día que pasaba la niña estaba cada vez más cansada, ya no lo acompañaba tanto tiempo en la pesca, a veces lo esperaba en su casa para merendar juntos.
Hasta que llegó el día en que no volvió a verla, dos semanas después tomó coraje y se encamino a la casa de sus padres. Las caras de ellos eran por demás elocuentes, la niña estaba en la cama, en la etapa final de su enfermedad.
Sus ojos seguían teniendo esa mirada profunda del mar cuando hay tormenta, pero el brillo se estaba apagando.
Estuvo toda la tarde con ella y parte de la noche hasta que finalmente se durmió apoyado en su cama.
En la mañana se despertaron juntos y se sonrieron, hacía años que el viejo no sonreía, sus ojos verdes brillaron aún más por las lágrimas.
Ella quería ir a pescar una última vez. Con la ayuda de los padres la llevaron hasta la playa, el sol apenas comenzaba a asomar tímidamente, unas pocas nubes lejanas como para que no pareciera tan vacío el cielo.
Ella rió cansada, pero feliz de acompañarlo nuevamente. Los padres al lado de la pequeña festejaban con risas y aplausos con cada pez sacado del agua. Fue una mañana hermosa.
Hasta que ella decidió que era hora de partir, los llamó a los tres para que estén junto a ella en ese momento y decirles que los amaba. Cerró sus ojos para dormir y soñó con una caña de pescar y las manos duras y cariñosas de un viejo ermitaño.
El viejo nunca volvió a pescar.
Solo se dignaba a hablar con una niña de unos diez años que por cansancio consiguió que le prestara atención. Vivía cerca de su choza, en una casa de playa pequeña pero hermosa, sus padres se le habían presentado para saber de él y contarle la historia de la nena. Una enfermedad los obligó a comprar la casa ya que el clima era bueno para su salud deteriorada, una enfermedad sin cura ni tratamientos.
Sus ojos observaban cada movimiento del viejo, hasta que aprendió cada detalle de la pesca. Aprendió como preparar el cebo y como limpiar al pez de varias formas depende como fuera a ser cocinado.
Tenía un cabello largo y enrulado, los ojos grises parecían mirarte desde el alma, o quizá uno veía su propia alma reflejado en ellos. Su padre le regaló un cuchillo de filetear para que pudiera ayudarle en la limpieza.
A todo esto la charla era corta pero precisa. De a poco ella fue conociéndolo y queriéndolo. Al principio lo vio como una persona huraña que odiaba a las personas, pero se dio cuenta que no era así. Tenía miedo de las personas, miedo a volver a querer a alguien y quedarse solo nuevamente.
La niña le tomaba la mano cuando volvían de pescar, el viejo solo suspiraba de fastidio ante la insistencia de ella.
De a poco con sus preguntas fue conociendo su historia, sus amores, sus tristezas y de su soledad.
Vivía bien, pero su casa parecía un museo, cosas por doquier, al ser bastante avispada para su edad pudo comprender que muchas cosas tenían un valor incalculable, pero tiradas por el piso llenas de tierra y arena.
Una tarde tuvo una idea, se puso el pañuelo que el viejo le había dado para que el sol no cocine su cabeza y comenzó a limpiar la casucha. Le llevó varias horas ordenar todo, bajo la mirada incrédula del viejo que no sabía como decirle no a esa preciosura de niña. Mientras limpiaba ella cantaba canciones sobre el mar, que había escuchado a los pescadores en el puerto, donde muchas veces lo acompaño a vender su pesca.
Fotos viejas sin marco avejentadas por el tiempo fueron a parar a un cajón, mientras las miraba pudo ver que la gran mayoría eran de una mujer. Estaba intrigada, pero no se atrevió a preguntar quien había sido en su vida. El miraba atentamente lo que hacía con las fotos, tomó una y la puso en un mueble donde había una colección de pipas antiguas.
Un sollozo interrumpió la labor de limpieza, el viejo lloraba con las manos cubriendo su rostro, la niña que se llamaba Camila lo abrazó por detrás y lloró con el.
Estuvieron así mucho tiempo hasta que el viejo se calmó, fue a preparar la merienda, leche con vainillas que tuvo que acostumbrarse a comprar todos los días para su única amiga.
Aunque los meses pasaban nunca hablaron del tema.
Cada día que pasaba la niña estaba cada vez más cansada, ya no lo acompañaba tanto tiempo en la pesca, a veces lo esperaba en su casa para merendar juntos.
Hasta que llegó el día en que no volvió a verla, dos semanas después tomó coraje y se encamino a la casa de sus padres. Las caras de ellos eran por demás elocuentes, la niña estaba en la cama, en la etapa final de su enfermedad.
Sus ojos seguían teniendo esa mirada profunda del mar cuando hay tormenta, pero el brillo se estaba apagando.
Estuvo toda la tarde con ella y parte de la noche hasta que finalmente se durmió apoyado en su cama.
En la mañana se despertaron juntos y se sonrieron, hacía años que el viejo no sonreía, sus ojos verdes brillaron aún más por las lágrimas.
Ella quería ir a pescar una última vez. Con la ayuda de los padres la llevaron hasta la playa, el sol apenas comenzaba a asomar tímidamente, unas pocas nubes lejanas como para que no pareciera tan vacío el cielo.
Ella rió cansada, pero feliz de acompañarlo nuevamente. Los padres al lado de la pequeña festejaban con risas y aplausos con cada pez sacado del agua. Fue una mañana hermosa.
Hasta que ella decidió que era hora de partir, los llamó a los tres para que estén junto a ella en ese momento y decirles que los amaba. Cerró sus ojos para dormir y soñó con una caña de pescar y las manos duras y cariñosas de un viejo ermitaño.
El viejo nunca volvió a pescar.
domingo, 4 de marzo de 2012
20º ELLOS (VER CAPITULO 3º)
El viejo fumaba su pipa mientras miraba el océano tristemente. Recordaba cuando se hizo al mar por primera vez, cuando fue rescatado.
Un barquito se acerco a la orilla y el muchacho tomo el ancla que le arrojaron y lo clavo en la arena afirmándose con los pies sobre ella. Una mujer joven y un hombre bajaron agradeciéndole la ayuda, a todo esto Moreno miraba atentamente a la mujer, tenía un parecido con alguien que conocía, pero no sabría decir quien.
Comenzó a nacerle una intriga en el fondo de su pecho, como un volcán en erupción, algo que debía averiguar y no podía dejarlo así, sin saber que o quien era. La mujer de unos 30 años, rubia y de piel extremadamente blanca poseía los ojos azules mas profundos que había visto, el hombre era fornido y alto, su pelo corto pero ondulado y la camisa blanca de lino suave y delicada que llevaba lo hacia parecer a los piratas de antaño, una barba corta y cuidada demostraba que era muy meticuloso.
Con sus 12 años, Moreno era un joven muy despierto, aunque caviloso, se lo veía pensativo siempre ante cualquier situación nueva. Esto lo hacia muy juicioso y cuando decidía algo, era así o seria así y de esa forma que el pensó o predijo. Por eso le ofrecían siempre trabajos de confianza ya que todo el mundo confiaba y cuidaba al muchacho.
Nunca imaginó que conocerlos sería lo que marcaría para siempre su vida y lo convertiría en el hombre que fue.
viernes, 13 de enero de 2012
19º TORMENTA DE ARENA
Aún sentía el olor a pólvora en el aire, la sangre manchaba sus ropas, la última escaramuza lo había cansado bastante, sus hombres rondaban cerca suyo mientras terminaban de rematar a los enemigos heridos, esta vez no habría clemencia. Su espada colgaba de sus manos, como si quisiera salir volando por más sangre. Pero su amo estaba aturdido, ensimismado estaba con los últimos acontecimientos en su mente. No podía quitarse la imagen de su amigo, su hermano. Los ojos de este no suplicaban, sonreían. Demostrando que aceptaba con orgullo la muerte, lavando así su traición.
Moreno sacude su cabeza para alejar estos pensamientos y comenzar a ocuparse de sus hombres, había descansado bastante y los valientes guerreros esperaban sus órdenes. Decidió cabalgar un día más. Tenía la certeza que algo iba a suceder, algo importante en su vida y para el oasis. Los dejó descansar un par de horas más antes de salir al sol ardiente. Los caballos capturados y las armas sobrantes los envió con dos guerreros hasta la tribu para que sirvieran de apoyo para los que quedaron cuidando a su gente.
De pronto el cielo se ennegreció un sudor frío recorrió su nuca cuando miro el horizonte, en la dirección que sus hombres señalaban. Una tormenta de arena se acercaba rápidamente, gritó una sola orden y todos obedecieron al mismo tiempo. Desmontaron y obligaron a sus caballos a acostarse en la arena, les cubrieron los ojos con una venda y se acostaron tapándose ellos mismos y los animales con una manta especial, que ellos mismos rogaban no tener que usar nunca. Moreno en tantos años jamás había presenciado una tormenta de arena, pero sabía lo que podía causar, muchas veces en sus andanzas por el desierto había encontrado los cadáveres de los que sufrieron el embate de la tormenta. Esas imágenes fueron precisamente lo que hizo que sudara frío al ver la nube acercarse.
Se acurrucó bien cerca de su caballo, en la mano derecha apretó bien fuerte su odre con agua y en la otra un trozo de carne seca y una bolsita con dátiles, no podía saber cuanto duraría la obscuridad y el que se arriesgaba a asomar la cabeza corría el riesgo de cegarse y deambular por el desierto sin que nadie pudiera ayudarle. Era la ley de la supervivencia. Ni siquiera por él sus hombres saldrían de su cobijo. Rogaba que los animales aguantaran la sed.
Tres días después dejó de soplar el viento y el azote de la arena contra su manta dejó de sonar, le costó mucho sacudirse la arena de encima, estaba enterrado en casi un metro de arena.
Sus hombres no soportaron el encierro, aturdidos por el ruido de la tormenta y desorientados quisieron escapar, pero la muerte los encontró primero. Desparramados por las dunas estaban sus cuerpos mutilados por la arena devoradora de carne.
Moreno sacude su cabeza para alejar estos pensamientos y comenzar a ocuparse de sus hombres, había descansado bastante y los valientes guerreros esperaban sus órdenes. Decidió cabalgar un día más. Tenía la certeza que algo iba a suceder, algo importante en su vida y para el oasis. Los dejó descansar un par de horas más antes de salir al sol ardiente. Los caballos capturados y las armas sobrantes los envió con dos guerreros hasta la tribu para que sirvieran de apoyo para los que quedaron cuidando a su gente.
De pronto el cielo se ennegreció un sudor frío recorrió su nuca cuando miro el horizonte, en la dirección que sus hombres señalaban. Una tormenta de arena se acercaba rápidamente, gritó una sola orden y todos obedecieron al mismo tiempo. Desmontaron y obligaron a sus caballos a acostarse en la arena, les cubrieron los ojos con una venda y se acostaron tapándose ellos mismos y los animales con una manta especial, que ellos mismos rogaban no tener que usar nunca. Moreno en tantos años jamás había presenciado una tormenta de arena, pero sabía lo que podía causar, muchas veces en sus andanzas por el desierto había encontrado los cadáveres de los que sufrieron el embate de la tormenta. Esas imágenes fueron precisamente lo que hizo que sudara frío al ver la nube acercarse.
Se acurrucó bien cerca de su caballo, en la mano derecha apretó bien fuerte su odre con agua y en la otra un trozo de carne seca y una bolsita con dátiles, no podía saber cuanto duraría la obscuridad y el que se arriesgaba a asomar la cabeza corría el riesgo de cegarse y deambular por el desierto sin que nadie pudiera ayudarle. Era la ley de la supervivencia. Ni siquiera por él sus hombres saldrían de su cobijo. Rogaba que los animales aguantaran la sed.
Tres días después dejó de soplar el viento y el azote de la arena contra su manta dejó de sonar, le costó mucho sacudirse la arena de encima, estaba enterrado en casi un metro de arena.
Sus hombres no soportaron el encierro, aturdidos por el ruido de la tormenta y desorientados quisieron escapar, pero la muerte los encontró primero. Desparramados por las dunas estaban sus cuerpos mutilados por la arena devoradora de carne.
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