Estos días grises del otoño, me ponen triste.
Más que nunca se sentía como la canción de Perales, como un pequeño gorrión que por el peso de la tristeza no podía volar. Y al mover las alas podía escucharse el desgarrar de su corazón roto y corrompido por la vida.
Pero el viejo tragaba todo eso, esperando pacientemente que una bocanada de aire fresco le acariciara el rostro, como si fueran manos acariciándolo.
El mar tenía el mismo color de sus ojos, el color del otoño, eran verdes, verde triste.
Su pipa despedía un aroma suave a chocolate, le recordaba otras épocas donde compartir un trozo de chocolate era la experiencia más hermosa que podía tener. Ese aroma lo transportaba, lo elevaba y lo enviaba al paraíso de los sueños vívidos, en los cuales aún despiertos no podemos saber si soñamos o estamos despiertos. Y esa ensoñación la disfrutaba.
A veces se le cruzaban recuerdos de batallas, sangre y espadas. Pero sacudía la cabeza y los borraba para reemplazarlos con la imagen de ella. Retozando en la arena o caminando de la mano por la playa hablando sobre el futuro y de lo que iban a hacer juntos cuando sus tareas adquiridas finalicen.
Ya no pescaba el viejo, solo se quedaba en la sombra de las rocas con su pipa, sus sueños y algún vino para saborearlo como si fueran besos lejanos. Cada día que pasaba sentado y soñando eran días que acercaba más al final y los quería pasar así, recordando.
No creía en dioses, se cagaba en ellos. Y como no creía en la vida después de la muerte, gastaba su precioso tiempo en el pasado.
Cerca de donde descansaba una red de pesca semi enterrada le llamó la atención, otro botín sería para la colección que ya tenía, luego las desarmaba y fabricaba hamacas de playa, cestas y nuevas redes que vendía en el puerto. Con las ganas de hacerse un dinero guarda la pipa y se encamina hasta la red, que luego de muchos intentos sigue sin salir. Luego de varias caídas por el esfuerzo, se sienta a descansar y a disfrutar la pipa. Pero no alcanzó a disfrutar mucho el descanso cuando ve a lo lejos una muchacha que se encamina hacia el. Así que comienza nuevamente con la tarea de desenterrar la maldita red (como él le había dicho varias veces al caerse a la arena) para que al verlo trabajando la muchacha no lo molestara.
-Buenas tardes buen hombre -dice ella en un intento de acercamiento.
-Buenas tardes niña -contesta el viejo.
0 comentarios:
Publicar un comentario