El viejo fumaba su pipa mientras pescaba. Esto lo hacia todos los días para entretenerse, no tenía necesidad de pescar para comer. Sus días estaban llegando a su fin y se daba el gusto de gastarlos en lo que más le gustaba. Se quedaba hasta el atardecer apoyado en el muro de contención de olas. Los turistas iban y venían, algunos se acercaban a darle charla y sus respuestas eran tan cortantes que no osaban preguntar más. Solo lo miraban como quien observa al carnicero mientras corta la carne para vender.
Solo se dignaba a hablar con una niña de unos diez años que por cansancio consiguió que le prestara atención. Vivía cerca de su choza, en una casa de playa pequeña pero hermosa, sus padres se le habían presentado para saber de él y contarle la historia de la nena. Una enfermedad los obligó a comprar la casa ya que el clima era bueno para su salud deteriorada, una enfermedad sin cura ni tratamientos.
Sus ojos observaban cada movimiento del viejo, hasta que aprendió cada detalle de la pesca. Aprendió como preparar el cebo y como limpiar al pez de varias formas depende como fuera a ser cocinado.
Tenía un cabello largo y enrulado, los ojos grises parecían mirarte desde el alma, o quizá uno veía su propia alma reflejado en ellos. Su padre le regaló un cuchillo de filetear para que pudiera ayudarle en la limpieza.
A todo esto la charla era corta pero precisa. De a poco ella fue conociéndolo y queriéndolo. Al principio lo vio como una persona huraña que odiaba a las personas, pero se dio cuenta que no era así. Tenía miedo de las personas, miedo a volver a querer a alguien y quedarse solo nuevamente.
La niña le tomaba la mano cuando volvían de pescar, el viejo solo suspiraba de fastidio ante la insistencia de ella.
De a poco con sus preguntas fue conociendo su historia, sus amores, sus tristezas y de su soledad.
Vivía bien, pero su casa parecía un museo, cosas por doquier, al ser bastante avispada para su edad pudo comprender que muchas cosas tenían un valor incalculable, pero tiradas por el piso llenas de tierra y arena.
Una tarde tuvo una idea, se puso el pañuelo que el viejo le había dado para que el sol no cocine su cabeza y comenzó a limpiar la casucha. Le llevó varias horas ordenar todo, bajo la mirada incrédula del viejo que no sabía como decirle no a esa preciosura de niña. Mientras limpiaba ella cantaba canciones sobre el mar, que había escuchado a los pescadores en el puerto, donde muchas veces lo acompaño a vender su pesca.
Fotos viejas sin marco avejentadas por el tiempo fueron a parar a un cajón, mientras las miraba pudo ver que la gran mayoría eran de una mujer. Estaba intrigada, pero no se atrevió a preguntar quien había sido en su vida. El miraba atentamente lo que hacía con las fotos, tomó una y la puso en un mueble donde había una colección de pipas antiguas.
Un sollozo interrumpió la labor de limpieza, el viejo lloraba con las manos cubriendo su rostro, la niña que se llamaba Camila lo abrazó por detrás y lloró con el.
Estuvieron así mucho tiempo hasta que el viejo se calmó, fue a preparar la merienda, leche con vainillas que tuvo que acostumbrarse a comprar todos los días para su única amiga.
Aunque los meses pasaban nunca hablaron del tema.
Cada día que pasaba la niña estaba cada vez más cansada, ya no lo acompañaba tanto tiempo en la pesca, a veces lo esperaba en su casa para merendar juntos.
Hasta que llegó el día en que no volvió a verla, dos semanas después tomó coraje y se encamino a la casa de sus padres. Las caras de ellos eran por demás elocuentes, la niña estaba en la cama, en la etapa final de su enfermedad.
Sus ojos seguían teniendo esa mirada profunda del mar cuando hay tormenta, pero el brillo se estaba apagando.
Estuvo toda la tarde con ella y parte de la noche hasta que finalmente se durmió apoyado en su cama.
En la mañana se despertaron juntos y se sonrieron, hacía años que el viejo no sonreía, sus ojos verdes brillaron aún más por las lágrimas.
Ella quería ir a pescar una última vez. Con la ayuda de los padres la llevaron hasta la playa, el sol apenas comenzaba a asomar tímidamente, unas pocas nubes lejanas como para que no pareciera tan vacío el cielo.
Ella rió cansada, pero feliz de acompañarlo nuevamente. Los padres al lado de la pequeña festejaban con risas y aplausos con cada pez sacado del agua. Fue una mañana hermosa.
Hasta que ella decidió que era hora de partir, los llamó a los tres para que estén junto a ella en ese momento y decirles que los amaba. Cerró sus ojos para dormir y soñó con una caña de pescar y las manos duras y cariñosas de un viejo ermitaño.
El viejo nunca volvió a pescar.
capítulo triste pero el viejo ermitaño siempre muestra la sensibilidad.....sin duda Camila sería quien lo acompañaría....
ResponderEliminar