viernes, 27 de abril de 2012

26º PERFUME

El mar estaba en calma, pero el cielo se iba poniendo cada vez más obscuro. La gente se iba yendo de la playa, solo quedaba el viejo con su pipa. Sus ojos miraban el horizonte, las nubes negras comenzaron a llorar las aguas que venían trayendo. El viejo se calzó su sombrero de cuero, guardó la pipa en el bolsillo y se encaminó al faro.
Hacía años que no iba, los recuerdos eran tan tristes y solitarios que era impensable ver el faro sin que las lágrimas fluyeran en un torrente. Pasaron los años y siempre su mirada buscaba el horizonte, como si esperara que los barcos pesqueros trajeran buenas noticias. Lo único que traían era más soledad al ver las familias de los pescadores que los esperaban ansiosos de abrazarlos al llegar sanos y salvos de las garras del mar traicionero.
El faro viejo y descascarado se alzaba impertérrito al embate del viento y el aguacero, sus paredes antiguamente bellas ahora se encontraban ajadas por el tiempo. Las manos viejas se posaron en su piedra y la recorrieron casi como una caricia que le da un amante a su amor reencontrado luego de años de no verse. La puerta había perdido todo el esplendor que poseía, al viejo le costó abrirla por el óxido. Las telarañas parecían cortinas que se pegaron en su cabeza, sacó de sus ropas una pequeña linterna que tenía por si el camino de vuelta se ponía muy obscuro, la luz iluminaba apenas el recinto, la escalera lanzaba figuras fantasmagóricas en las paredes. Un suspiro las espantó como quien saca imágenes de su mente, el silencio era atroz, el eco de sus pisadas resonaban parecían resonar por toda la playa, los truenos que se escuchaban de fondo eran comparables al ruido que hacían sus latidos en el pecho acongojado por los recuerdos.
Uno a uno los peldaños fue subiendo, parecieron eternos sus pasos, quizá no quería llegar al final del camino en donde se encontraría con el adiós que una vez se dijeron.
Los rayos serpenteaban entre las nubes, la puerta que daba al barandal se había perdido hace años, el viento y el frío golpearon sus arrugas, una tímida sonrisa aplacó el temor del recuerdo lúcido. Casi podía sentir su perfume flotando en el aire marino, el perfume de Elizabeth.
No soportó más el dolor y emprendió la retirada. Esa noche soñó con ella, y el perfume clavado en su corazón.

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