FIN
lunes, 16 de julio de 2012
27º OCASO
Varias veces se despertó en la noche. El súbito despertar y darse cuenta que aún no amanecía le sacaba de quicio. Hacía días que se sentía intranquilo, pero no podía adivinar el motivo. Miraba las estrellas intentando ver en ellas algún atisbo de tormenta, pero tampoco era eso que lo mantenía sin dormir. Suspiró de fastidio luego de constatar una vez más el cielo nocturno limpio y estrellado, se acostó e intentó dormir, recordó como en el desierto noches como esa se quedaba horas despierto cuidando la aldea amada.
En un arrebato de furia arrojó las mantas a sus pies y se levantó a hacerse un té fuerte como el que le enseñaran a hacer para combatir el calor.
Poco a poco la obscuridad se fue escondiendo para dar paso a las primeras luces tímidas del amanecer. Esto lo ponía contento ya que podría distraerse pescando temprano antes que el sol comienza a morderle la piel vieja y curtida por el clima.
Tomó su sombrero su bolsa de pesca y encaró hacia la playa antes que los turistas y sus preguntas tontas rondaran cerca de el.
Una hermosa mañana pasó, la pesca fue muy buena y tenía con que almorzar decentemente. Decidió hacer una siesta larga para recompensar las horas que no pudo dormir en la noche. La choza estaba fresca y era una delicia acostarse con la brisa fresca colándose por las rendijas de las paredes. Se durmió enseguida y soñó con una cabaña en lo profundo de un bosque y una niña que jugaba y corría junto a un perro. En el sueño la niña rodaba sobre un colchón de verde pasto y a su alrededor estaba lleno de flores las risas de ella llenaban todo el lugar. Moreno podía sentir la suave caricia del viento en su cara mientras observaba a la pequeña, comenzó a acercarse para preguntarle quien era, pero ella se escapaba riéndose y corriendo lejos para que no le alcance. Una y otra vez ella corría y reía, pero él también reía.
Cansado ya del juego se sentó en ese verdor y mientras descansaba podía sentir ese tenue olor a tierra mojada que solo se puede oler en primavera. Cuando todo renace.
Se dejó caer de espaldas y se durmió.
En realidad se despertó del sueño donde creyó dormirse, sentía una alegría sin sentido pero muy cansado, tal así que se quedo un rato más descansando, hasta que juntó fuerzas para levantarse. Decidió salir a caminar un poco para despejarse, estaba atardeciendo y el cansancio solo le permitiría ir hasta una duna cercana para mirar el faro mientras fumaba su pipa. Trabajosamente llegó hasta su punto de descanso, recobró el aliento mientras armaba su pipa y pensaba en su hija y en el amor atemporal que sentía por su madre. En estos pensamientos estaba cuando los ladridos de un perro lo sacaron de sus recuerdos.
La tarde llegó a su fin una vez más y el ocaso acaricia la piel de los amantes perdidos que bajo su luz decadas atrás se prometieron amor eterno.
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